Lo de hoy NO es una huelga (y la Intersindical NO es un sindicato)

En la década de los 90 el Bloc d’Estudiants Independentistes (BEI) acaparó gran parte de la representación en claustros, consejos escolares i demás órganos de representación. Viendo el fenómeno, la generación de activistas que por aquel entonces estábamos sumidos en el movimiento estudiantil aprendimos un par de cosas: 1) o se defendían los derechos de los estudiantes, o se pedía la independencia de Catalunya, las dos cosas a la vez no; 2) una parte de la izquierda asamblearia siempre le iba a dar la razón a este tipo de movimientos y no a los que apostábamos por un trabajo serio y responsable desde las instituciones académicas.

El paralelismo sirve para analizar un engendro del proceso independentista: la Intersindical CSC, dirigida por el exterrorista Carles Sastre. Una ocurrencia del independentismo que dinamita los sindicatos de clase (copiando el éxito del BEI), para regocijo de aquellos que no creen en la negociación colectiva, o en la salvaguarda de los derechos laborales. Un sindicato vertical, pues vive para y bebe de un determinado régimen, que conecta muy bien con cierta Catalunya clasista, que presa de su narcisismo bienqueda se autodefine en las encuestas como “de izquierdas”.

El caso es que leyendo un poco descubrimos que, como intuíamos con el BEI, el nacionalismo sirve básicamente para dividir a la clase trabajadora. La historia demuestra que el desarrollo de la conciencia nacional puede ir acompañada del desarrollo de la conciencia social (Borojov)… ¡Pero en el tercer mundo! Hacer pivotar, como en la última década, todas las decisiones sobre el eje nacional y no sobre el eje social, empobrece básicamente a los pobres. Los paupérrimos indicadores sociales de una próspera región como Catalunya así lo atestiguan.

Una movilización impulsada por las clases más acomodadas, de una de las economías más punteras, de una zona (Europa) de las más acomodadas del mundo… no deja de ser un movimiento burgués en el peor sentido de la palabra, un mejunje postmoderno, elitista y nacional populista que desestabiliza las propias bases del sistema. Impregnado de ese pseudo anarquismo de derechas que dice aquello de “el problema son los políticos”, si para lograr sus fines es necesario arrasar con la ya mermada reputación de la política, la judicatura, las instituciones… pues se hace, y punto. Da igual el mañana. No hay largo plazo. Las luces largas se fundieron con el fulgor de los neumáticos inflamados.

La psicología social nos explica como, por añadidura, en un determinado momento este movimiento conecta con el vacío existencial de pijiprogres con ganas de aventuras, que se despojan de lo que les quedaba de pensamiento crítico para no romperse la crisma (ideológica). Del mindfulness a la revolución. Y también con jóvenes carentes de esquemas ideológicos como para no banalizar la dictadura, el fascismo, la represión o los presos políticos. Unas cuantas performances bastaron para conectar una cosa con la otra, y se obró la magia, un prodigio del márqueting moderno: un movimiento nacionalista y de derechas, siendo apoyado en la calle por una chavalada ilusionada y vociferante, y por unos señores y señoras ya maduritos que pueden volver a clavar su mirada en el horizonte, y cabalgar el centauro quién sabe si por última vez.

Unas cuantas fakes bien administradas, cierta organización, y medios públicos como TV3 para apuntalar el marco mental, fueron determinantes para que fraguara el cemento armado de las caras de los líderes independentistas. Pronto aprendieron que mentir no penalizaba, porque precisamente lo que quería su gente era que les mintieran. La realidad es aburrida, y exigente. La mentira es dulce y se acopla como un guante a lo que quiero oír. Las redes sociales hicieron de colchón, caja de resonancia y sala de los espejos, todo en uno. La ilusión se hizo ilusionismo, y se aceptó como verdad verdadera la posibilidad de una independencia rápida, divertida y low cost. El estallido de esa burbuja de irrealidad es lo que ha nutrido la frustración de la que emana la ira en la calle de unos cuantos.
Ya en octubre del 17 se convocó una “aturada de país”. Se advirtió en aquel momento que se trataba en cualquier caso de una huelga política, ajena a la relación laboral y que no se encontraba vinculada al interés profesional de los trabajadores, siendo por tanto una fórmula que no encajaba con la normativa vigente de acuerdo al ejercicio del derecho de huelga de los trabajadores. En noviembre del mismo año, la Intersindical también intentó una “huelga general”, en aquel momento supuestamente por “recorte en los derechos sociales”. Esa huelga pasó sin pena ni gloria, con un seguimiento imperceptible en el país. El trasfondo extralaboral se intentó tapar por parte del sindicato minoritario con eufemismos diversos, generando una utilización abusiva y fraudulenta del derecho de huelga (devaluando el propio concepto, pero eso da igual), y generando vulneración de otros derechos fundamentales..

Para la “huelga general” de hoy se han vuelto a utilizar las mismas tácticas astutas: se emite una convocatoria en la que se mezclan algunos elementos de injusticia social (en los que no poco tienen que ver los recortes perpetrados por la derecha nacionalista –hoy independentista- catalana) para generar una apariencia suficiente para la cobertura legal del paro.

Tozudo, el hábito sigue sin hacer al monje. Por mucho que los subterfugios le den la etiqueta de “huelga”, ésta no tiene nada que ver con los derechos laborales. Hacer pasar un movimiento etnicista e insolidario por una revuelta obrera es un insulto a la inteligencia y a los que perdieron la vida en el movimiento obrero. Pregúntese por qué no hay grandes revueltas en los barrios periféricos. Como dice Roger Molinas, l’Arqueoleg Glamuros “El neoliberalismo hegemónico ha destruido los lazos de solidaridad colectiva y la conciencia de clase obrera”. Como apunta Cesar Calderón, es el triunfo de la frivolidad burguesa, el postureo de la revolución postmoderna que viste la cuenta de Instagram. Unos pijos y otros pobres diablos que, queriendo ser Espartaco, se transformaron en Nerón.

Le auguro un gran éxito a esta “huelga” que no lo es:

  • En los barrios modestos en los que me muevo, la pregunta es más “cómo” voy a poder hacer vida normal que si quiero hacer huelga o no. Es decir, mucha gente va a ser presa de los lógicos atascos y de los servicios mínimos del transporte público.
  • También hay una gran movilización (creo que menor que en otras ocasiones, pero ya veremos) de la parte más radical del independentismo.
  • No olvidemos que es viernes, que eso siempre ayuda para alargar un poquito el fin de semana, ya puestos.
  • La “huelga” se nutre también de un paro patronal (lock out), con sueldos retribuidos íntegros a las plantillas, de empresas que han hecho de la estelada su RSC.

Pero aquí va otro augurio, este seguro que más certero: los desperfectos de esta macabra fiesta, los daños colaterales de la economía y demás, los seguiremos pagando los de siempre.

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2 comentarios en “Lo de hoy NO es una huelga (y la Intersindical NO es un sindicato)

  1. Juan Cubero dijo:

    Como análisis le falta aclarar cuál es el papel que juegan hoy los sindicatos en Cataluña, y en España. Porque es como si hubieran desaparecido, como si no tuvieran nada que decir.
    Por cierto siguen los sindicatos defendiendo la derogación de las dos últimas reformas laborales, verdad?

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