Somos barcos de papel. Nuestro pliego otrora atesoró versos, susurros, pactos, promesas… vivencias, hasta allá donde nos vuelan las palabras. Serendipias secretas.
Fragmentos de todo ello adornan nuestro casco, tan frágil. Todo es frágil, pero flota. Sólo el marinero avezado descifra en cada doblez la moraleja que corresponde a un relato que cabe en un capítulo, pero explica inmensidades. Surcamos la corriente pensando que capitaneamos la nave. Ilusos. Imaginamos que influimos en la velocidad, escalas o destino. Nuestro astrolabio toma por estrellas el brillo de tus ojos, ese fulgor indescifrable entre la miel y el mar. En tu mirada siempre cupo un océano. Queremos ver, en el universo segregado, no se qué alineación de los astros.
Riela la luna en ese lugar privilegiado entre ríos, ése que nos hicimos a medida. Ponemos así proa al itinerario incierto. Aprovechamos la marea, la vida mundana, los balnearios. El reflejo de nuestros deseos deja un tenue olor de jazmines en la almohada. Escribo en tu espalda que todo es posible. Dibujo mapas de poder para rondar por ahí, para rondarte como nadie.
Recuerdos que saturan el oleaje, que suturan los rotos cotidianos. Efímeras corrientes que ponen pulso a nuestro viaje. Brisas que rompen la quietud de las aguas, exaltando brillos dispersos y aleatorios que parecen escapar en la superficie.
Y así nos empapamos de pura vida hasta que las fibras y la tinta se disuelven, se hacen uno. Entonces somos río, y nuestra historia eterna.