Así que la suerte era esto

 

«…Volver, pasados los años,
hacia la felicidad
—para verse y recordar
que yo también he cambiado.»

Gil de Biedma.

 

Dice la radio que hoy hay bote en no sé qué sorteo. Cuando compramos un número de lotería se pone en marcha el mecanismo del cuento de la lechera. Lo acariciamos en un ritual íntimo mientras nuestra mente divaga. Podemos incluso estirar absurdamente el momento tardando días o semanas para comprobar el resultado, en un afán enfermizo por postergar la llegada del desenlace. Procrastinamos el sueño.  Nos sentimos bien en ese limbo. De ahí el éxito de los juegos de azar.

Recuerdo a Alfredo Kraus sonando en el radio cassette del 127 de mi padre: “Con la fortuna me he desposado; buena compañía para ser soldado”. La Fortuna es mujer fuerte que no entiende de lamentos. Es más compañera de pendencieros que de llorones.

Nuestras historias, más o menos afortunadas, nos convierten en ríos de remansos, meandros y turbulencias. Será por eso que la diosa Tique, el equivalente griego de Fortuna, con el poder de decidir el destino de cualquier mortal, era hija de Océanos y de Tetis, titánide y diosa de las aguas dulces. Agua. Somos agua. Y nuestra suerte acuática.

Ensimismados tardamos en darnos cuenta de que ya nos tocó el gordo. Que la suerte era esto. La oportunidad de picar en la puerta del cielo, aunque se nos vete el paso. Haber llegado hasta El Umbral. No cantar victoria, pero sí tararearla con media sonrisa. Rescatar la rebelión. Contar con la clarividencia. Inventar palabras nuevas para lo nunca visto. Malversar besos y abrazos.

Es una suerte poderte mirar profundo como los ojos del primer hombre. Dibujar tu nombre con tierra y sangre en la penumbra de lo más profundo de mi caverna. Celebrarte. Rondarte. Imaginar cómo trazabas el número sagrado en la orilla, en un instante perdido en el tiempo.

Con toda esa suerte pude encontrar a mi musa detrás de una taza de café y tesoros, como los que guardan los mandiles de las abuelas. Pudimos hacer de unos instantes lugares privilegiados. Compartimos el pan y el vino, mucho vino, con los no vencidos. Desbrozamos juntos el ímpetu que revienta el pecho como si nada.

Así que la suerte era esto. Ver cómo sostiene la luz de tu mirada un día intenso. Soñarte . Bailar con tu siringa. Navegar en un barco de papel repleto de mis versos. Garabatear mi cuaderno de viaje. La suerte, como la vida, es una larga espera.

Fortuna

 

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