La gracia de la fe tiene la particularidad de no ser una cuestión que competa a voluntad de cada uno. O se tiene, o no se tiene. Sin embargo puede tenerse y perderse, o perderse y recuperarse, operando siempre con independencia de nuestros deseos.
Los pericos, de siempre, contamos con ese favor inmerecido. Pasamos mascullando media semana sobre alineaciones, sistemas y actitudes, y la otra media andamos fabulando con el cuento de la lechera: que si ganamos hoy nos ponemos a equis puntos de Europa. Quizás por ello no nos acaban de encajar los místers demasiado hieráticos, salvo aquellos que llevan la procesión por dentro, y no soportamos en absoluto a los agnósticos.
Una temporada de recién ascendido es propicia para contemporizar, ser resultadista, pragmático. Pero llegados al ecuador y vistos los mimbres del equipo y del cuerpo técnico, éste Espanyol puede y debe mirar hacia arriba. Hemos hecho los deberes. Hágase pues.
Vista la decadencia blaugrana, la pequeñez de sus andamiajes, el escaso señorío de sus desprecios, Vicente, hay que tener fe. Las condiciones son favorables. Necesitamos creer, es la condición del corazón perico. Cada partido es una promesa, aceptando el reto de ir más allá de lo establecido: somos los herederos.
Vicente, debes creer, que para eso tienes un nombre con etimología de vencedor (vincens). Puedes sentirte seguro, porque en medio de la vorágine, siempre habrá un incondicional, llueve o truene, que es el apoyo de la afición. Más allá, se entiende, del estridular de las redes. Ella te garantiza su aliento en este propósito poderoso. Porque si algo sabemos los pericos, Vicente, es que la fe es necesaria para gozar de la esperanza.
