
Nacionalismo Vs Federalismo

Suposem que el Partit Comunista de Catalunya guanya les eleccions municipals a un petit poble. Acte seguit, l’Alcalde fa instal·lar a la rotonda d’entrada al terme municipal un gran masteler amb una enorme bandera roja, amb la seva falç i martell. Satisfet, però no del tot, ordena acte seguit engalanar tots els fanals dels principals carrers amb el mateix símbol. Segons el seu parer, no hi ha cap problema: la voluntat “del poble” ha quedat expressada en les urnes, i a més ningú no pot dir que el seu símbol és una expressió de bons ideals que ens haurien d’unir.
Aquesta ficció és potser una reducció a l’absurd, però ens permet visualitzar la barbaritat que ens trobem, dia si, dia també, a edificis institucionals, o a llocs o monuments emblemàtics arreu de la geografia catalana, allà a on governen forces independentistes. Estelades al vent de ús autoritari del poder. Qualsevol particular òbviament pot expressar les seves idees com vulgui, només faltaria, però no es pot monopolitzar amb símbols de part l’espai públic. Aquest principi raonable fa que la senyora Pepita, que és indepe, pugui penjar la seva estelada al balcó, i en Nil, que és comunista, tingui una falç i un martell, però que ni l’Ajuntament governat per comunistes pot substituir les banderes institucionals per la falç i el martell, ni l’ajuntament governat per independentistes poden omplir-ho tot del símbol de la seva lluita nacionalista.
Al crit d’“els carrers seran sempre nostres” s’ha perpetrat el marc mental de que tot s’hi val, si la causa es considera justa. El problema és que pot haver-hi més d’una causa considerada per un bon grapat de gent com a “justa” i, fins i tot, poden ser antagòniques. La solució política que ha de fer sortir Catalunya de l’espiral decadent de més de 10 anys de processisme, ha de passar també per la recuperació de la neutralitat dels espais públics. Una neutralitat conseqüent amb les múltiples diversitats que conformen el nostre país.
Estimar un país és donar valor a les seves institucions. Valorar les institucions vol dir governar per a tothom, siguin o no siguin de la teva corda. Un dels problemes de Catalunya és que els que van de patriotes, ni coneixen bé el seu país en tota la seva pluralitat, ni legitimen les institucions amb el seu tarannà sectari. L’independentisme democràtic, que existeix però és bastant asimptomàtic, hauria de pronunciar-se obertament i reclamar com a pròpia la necessitat d’extirpar totes les expressions d’autoritarisme.
Los planes de reconstrucción deben incorporar la salvaguarda de la convivencia como una cuestión central.
Hablar de convivencia en términos de seguridad forma parte de su teleología. Entre los fines de cualquier política de seguridad está garantizar la convivencia. Y toda política de convivencia favorece la seguridad necesaria para el progreso y la calidad de vida. La íntima relación entre los términos, hace plantearse en qué medida podemos impulsar dispositivos y medidas que garanticen tanto una cosa como la otra. La perspectiva de la seguridad integral es indispensable, aunando tanto la necesidad de mantener nuestra integridad material, física, psicológica, como la necesidad de mantener nuestra dignidad, nuestras expectativas dignas de futuro. Tenemos por delante una batalla que es también cultural y de modelos de sociedad, y habrá que escoger hacia dónde nos decantamos.
En el paisaje que nos deja la crisis social y sanitaria de la COVID-19 en nuestras ciudades y barrios, hay múltiples evidencias de que se han elevado los niveles de inseguridad inespecífica percibida. Al poso de tristeza de la yuxtaposición de duelos múltiples, se añade la saturación y fatiga de los efectivos denominados “de primera línea”, y la demolición de la expectativas para la parte más castigada de la población. Las medidas sociales impulsadas por el Gobierno de España han mitigado, pero no frenado, el incremento de desigualdades. Hemos descubierto la vulnerabilidad de nuestra sociedad, y la incertidumbre planea con su halo de inseguridad. Sin duda un buen caldo de cultivo para la extensión de los discursos de odio.
Ya tenemos algunos alarmantes indicios de ello, en la creciente estigmatización de determinados colectivos, o en los movimientos de las denominadas “patrullas ciudadanas”.
En este contexto de gran complejidad, la convivencia y la cohesión deben de pasar a ocupar un espacio central en los planes de regeneración. Las políticas denominadas “de convivencia” deben dejar de ser las hermanas pequeñas de las políticas sociales, para ocupar un rol preponderante, o cualquier esfuerzo paliativo será en vano. Quedarnos únicamente con las necesarias respuestas de corte asistencial es cortoplacista, y contribuye a reproducir el sistema de desigualdad. Hay que armonizar y hacer compatibles la dotación extraordinaria de los recursos para cubrir las necesidades básicas, con los proyectos transformadores que requieren necesariamente una cocción lenta.
Son sólo algunas ideas, una invitación a avanzar. Porque la repetición tautológica de los mantras, discursos y sistemas de intervención actuales no servirá; necesitan una actualización, aprovechando precisamente la experiencia de largo recorrido que ya hemos inventariado, especialmente en algunos municipios urbanos.
Últimamente asistimos a un repunte de la preocupación ciudadana en relación con la seguridad. Un repunte, suscribo, inducido y premeditado como explicaré más adelante. Especialmente en las redes sociales, pero también en algunos medios de comunicación tradicionales, han emergido determinados perfiles, personajes, o grupos que promueven la supuesta autoorganización ciudadana, para suplir lo que se interpreta como una dejadez en las funciones de los cuerpos y seguridad del Estado, en los diferentes niveles, desde la policía nacional, los Mossos o la policía local.
El mensaje es claro: ante problemas de orden público, delitos, robos con violencia y contra el patrimonio, violencia de género, ejercicio de la prostitución, reyertas, etc, la administración no consigue la suficiente acción preventiva o punitiva y se supone que –según el imaginario de estos grupos- con la presión hacia el delincuente y hacia la administración, los problemas de seguridad se solucionarán.
Primero de todo remarcar que se trata de un ejercicio de pensamiento mágico: “solucionaremos el problema de seguridad entre unos cuantos vecinos, vigilando y haciendo ruido”. Nada más lejos de la realidad. No hay ni un solo indicio, ni un solo estudio, ni un solo indicador que demuestre que en zonas donde se han implementado “patrullas ciudadanas” mejore la percepción, ni los datos reales, sobre los delitos.
Se trata de una versión de pensamiento individualista: la era del bricolaje, del “hágalo usted mismo”. No sólo usted puede ser su propia policía: usted puede hacer mejor de policía que la policía. Bien, veamos algunos desajustes que esto plantea:
En mi modesta experiencia permítanme decirles que no creo en la generación espontánea. Detrás de ciudadanos y ciudadanas con los miedos propios de la vida urbana, de la falta de expectativas, del temor al retroceso del ascensor social; detrás de activistas bienintencionados, se larva una estrategia profunda, discreta y tenaz, auspiciada por los generadores de fakenews de la ultraderecha y los nacionalismos identitarios, los secuaces de Bannon. El objetivo: generar red y desestabilizar el sistema.
Parte fundamental de esta estrategia desestabilizadora son las páginas de “denuncia” que continuamente nos reportan los delitos que se detectan en una población determinada. La intención es evidente: generar un estado de alarma propicio para proponer después determinadas medidas. Imaginemos que un espacio fuera relatando en tiempo real todos los casos de enfermedades infecciosas de una población. ¿Mejoraría nuestra sanidad? En absoluto, pero crecería la paranoia colectiva. Ese es, justamente, el objetivo de los “Helpers” y compañía.
Dicho claramente: es un error considerar que la mayoría de la gente preocupada que forma parte de estas “patrullas ciudadanas” o las fomenta, sean fachas. Como también es un error no ver que detrás de la estrategia hay una agenda oculta de la ultraderecha. Hay que empezar a destaparla. Pero además de hablar claro, van a hacer falta otras cosas. Porque no deja de ser cierto el incremento de indicadores de inseguridad, real y percibida.
Vamos a contracorriente, y llegamos ligeramente tarde, pero es necesario denunciar a quien sirven, conscientemente o no, las autodenominadas “patrullas ciudadanas”, y abordar las causas profundas sobre las que se apoyan estos fenómenos. El momento es grave, con un sistema democrático desprestigiado por errores propios y ajenos, en un panorama de importantes desigualdades. Un caldo de cultivo perfecto para que avancen los discursos del odio, el miedo y el resentimiento. Debemos detenerlos.
A l’escenari que tenim per davant els Ajuntaments, novament, estarem a la primera línia de foc de les polítiques socials. Els pressupostos municipals minvaran, i les urgències socials a atendre seran més, i més punyents. I en aquestes circumstàncies serà difícil però peremptori no caure en un cert biaix assistencialista. Miro d’explicar-me.
Reforçar l’estat del benestar no és només garantir prestacions i d’altres mesures pal·liatives, per altra banda imprescindibles. En els plans de regeneració (deixo la paraula reconstrucció per altres circumstàncies encara més dramàtiques), al costat de l’assistencialisme i les polítiques predistributives, hem d’incorporar, mantenir, reforçar i actualitzar aquelles iniciatives comunitàries que promouen barris més resilients, que reforcen els llaços i les identitats inclusives. Calen nous plans de convivència.
Si volem trencar el cicle de les desigualtats, hem de garantir també la qualitat de vida relacional. Les xarxes relacionals de l’individu també són motor d’integració: oportunitats de formació, de participació política, de lleure. Són espais públics amables, o amb una lectura diferent que faci esclatar els estigmes; són accions a medi obert; són cura, acompanyament i acollida… Els intangibles que fan d’argamassa de les societats. Són el lloc dels relats inclusius que traspuen un projecte sociopolític i ètic de societat. Aquesta batalla no serà només sanitària, ni econòmica. Està en joc la nostra capacitat d’articular relacions i aliances als territoris més desfavorits. Serà necessari blindar la pau social davant els que estan interessats en fer-la volar pels aires.
Les normes consuetudinàries de la nostra existència urbana es negocien i renegocien constantment. La ciutat és acord. El progrés econòmic i social es sustenta sobre aquesta negociació quotidiana de la convivència. I venen mals temps: increment de les desigualtats, tensions socials, influx de tensions populistes al caliu de noves inseguretats i incerteses, estigmatització de col·lectius i territoris, onades xenòfobes… Només amb potents processos de construcció i desenvolupament sociocomunitari, que promoguin la convivència intercultural, ens en podrem sortir. I no parlo de bones paraules, sinó de plans, programes, pressupostos… i responsables preparats.
Els problemes són reptes que ens porten a coneixements inèdits, amb el seu cisell ens donen forma, individual i col·lectivament. Caldrà sortir de l’autocomplaença. El que hem fet fins ara serveix com a coneixement acumulat, però cal una nova evolució de les polítiques de convivència, un spin-off basat en el predomini de les metodologies pròpies de la intervenció comunitària. És la cara soft de les polítiques socials, aquella que garanteix la coreografia de relacions, espais de transformació i intercanvi simbòlic als nostres barris. Encara se’n parla poc i no s’hi inverteixen suficients recursos. Però ho haurem de fer.
La intervenció comunitària s’ha mostrat com una eina suficientment versàtil i, al temps, eficaç, per a la generació de comunitats més fortes, actives i conscients als territoris. Els processos comunitaris han demostrat que permeten que els territoris comptin amb una organització pròpia per afrontar qualsevol repte. Si atenem a la seva forta dimensió organitzativa i relacional, l’organització comunitària passa a ser una estratègia clau per afrontar i sortir de la crisis.
La proposta per passar dels plans de xoc a plans de transformació: generem o actualitzem Plans de Convivència que prioritzin aquesta vessant comunitària, generadora de trobades improbables, noves narratives, nous relats impregnats de reptes que ens uneixen. Esmercem recursos en enfortir aquest entramat de vincles. Apostem per la interdependència i els projectes col·laboratius. Construïm una identitat inclusiva basada en un “nosaltres” plural, l’egregor, la pertenència en positiu, implicada i propositiva. No és un repte menor: sense un clima de convivència adequat, sense aquests vincles que fan més fortes i conscients a les comunitats, i malgrat tots els esforços que es facin, no hi ha progrés social ni econòmic possible.
Queridos amigos del resto de España. Desde la experiencia con el ultranacionalismo catalán os aviso de lo que se os viene, en 20 puntos, sin jerarquía de planteamientos ni ánimo de exhaustividad. El nacional-populismo tiene un “modus operandi” común, comparten estrategas y métodos. Por eso hoy os recomiendo que os carguéis de paciencia, porque realmente la vais a necesitar. Ahí va:
Un consejo: no perdáis los nervios, mantened el rumbo y el talante. No hay nada que les duela más. Sólo hay que ver los insultos que ha recibido Miquel Iceta por una gran parte del independentismo (y la aquiescencia de la otra), por haber mantenido en todo momento la compostura y la mano tendida. Paciencia. Perseverancia. Con el tiempo se descubren los faroles.
El número mínimo de patas para sostener una mesa es de tres. Tríada son también las mínimas premisas que sostienen una mesa de diálogo: lealtad, deseo sincero de dialogar/negociar/acordar y reconocimiento del interlocutor. El independentismo ha carcomido dos de las tres patas. Y en consecuencia el Gobierno de España debe quebrar ya la única que queda.
El nacionalismo independentista, especialmente ERC, se ha mostrado desleal, errático. Cuando ha tocado, no han estado a la altura. Su síndrome de Estocolmo con el procés les hace unos socios poco o nada de fiar. Su miedo al qué dirán les atenaza. La subasta de quién es más indepe sigue abierta, y JxCat juega fuerte, ultra-fuerte.
No se ha demostrado pues la mínima lealtad institucional exigible. Esta mesa adolece, por si fuera poco, de un sesgo muy peligroso para el gobierno de progreso de España: todos los pasos dados pareciera que van en una única dirección. Es decir, el independentismo no habría hecho ni el más mínimo gesto que ayude al Gobierno a seguir con esta negociación y, por tanto, el desgaste de participar en esta iniciativa es únicamente de Sánchez e Iglesias. Presa de su agenda o de su indefinición, tanto da, ni ERC ni JxCat muestran una voluntad real de acuerdo, pues ya dejaron claro en sendas ocasiones que el único acuerdo posible pasa por una hoja de ruta hacia un referéndum, opción nada deseable.
JxCat ha abrazado el trumpismo de manera descarada. Su estrategia es una mala copia de las malas artes de Bannon: una parida muy patriota cada semana, da igual si estamos en emergencia sanitaria, da igual todo (Ayuso lo ha aprendido rápido, pinza nacional populista). Sólo hay una agenda única: la beatificación de Puigdemont, ese señor llevado por el delirio, i la búsqueda de otro momentum de ruptura con el estado, otro farol, otra performance. El relato, trufado de racismo cultural y supremacismo, se sirve todos los días desde TV3 y medios afines para un público convencido y complaciente: España nos roba, España nos mata. Hay un “ellos” y un “nosotros”. España, ese “ente” innombrable (hay de decir Ejpaña, Ñordia, Francoland o Españistan) que se asocia a la pobreza, a la chusma, a la corrupción, por parte de personajillos financiados total o parcialmente por el erario público de la Generalitat. La institución convertida en una enorme maquinaria de propaganda, una agencia de colocación y un fondo inagotable para entidades amigas. El Molt Lamentable President Torra diríase que nunca estuvo cómodo en su sillón, vocacional aspirante al reñido puesto de peor President de la historia.
Y todo ello, duele decirlo, con la colaboración necesaria –y por supuesto consciente- de ERC y, de vez en cuando, con la bisoñez de los Comunes como aliada in extremis (véase la aprobación de presupuestos). ERC ha mantenido y mantiene este esperpento de Govern. Y no sólo eso: si la aritmética del Parlament después de las próximas elecciones sitúa a los republicanos en la disyuntiva entre un Govern de izquierdas u otro de mayoría independentista, no duden que volverán a envolverse en la bandera. Estoy convencido de que hay un independentismo sensato, pero hoy en día no es mayoritario en ninguna de las tres marcas que utiliza en el Parlament.
Hace tiempo colgué en mi balcón el lema “PARLEM”, para mofa de mis ex compañeros indepes, que se tragaron –o así lo hicieron ver- la pamplina de los 18 meses, del 1 de octubre y de la fake declaración de independencia. En mi casa se lloró cuando Puigdemont se arrinconó ante la presión de la historia (y de las 155 monedas de Rufián) y no convocó elecciones. Aplaudí el talante de Pedro Sanchez y Miquel Iceta, proclives al diálogo como salida, cueste lo que cueste. Pero hoy constato, con mucha tristeza, que se han volado los puentes: el independentismo no es leal, ni quiere un diálogo real. Sólo queda en pie una pata de la mesa, el reconocimiento del interlocutor, y esa es la pata que debe romper el Gobierno español. El Govern de Torra carece de la capacidad de representar a la sociedad catalana, por su marcado carácter sectario. Mejor afrontar las próximas (?) elecciones al Parlament libres de esa trampa en la que han convertido una mesa que ya no sirve para nada.
Decía un amigo mío que, después de más de un mes, tenemos la mente confitada, más que confinada. Y creo que tiene razón. Nuestros sesos confitados, conservados en el almíbar de chistes, memes, con ese sentido del humor que nos define. Nos habíamos olvidado de que el exceso de dulce provoca empacho.
No sé si seré yo, o serán las hormonas, pero el bombardeo de memes graciosos empieza a sonar como las gotas de lluvia sobre la ventana. Son bonitas de ver, pero sumen en una sutil melancolía.
Es el estallido del postureo buenrollista, que nos invade de una turbadora lucidez pesimista. Todo empieza a darnos entre fatiga y pena inexpresable, como la actuación de un artista en declive. Los himnos se han vuelto cansinos, un soniquete lejano. Los aplausos ya no miran al horizonte, contentos de ritualizar algo juntos, sino al suelo, en un movimiento mecánico que clama por el final de la coreografía.
Que sí, que la gente se esfuerza y algunos hasta consiguen distraernos (porcentualmente cada vez menos), pero ya hemos podido constatar tres cosas, tres verdades que caen con un ruido sordo: Sabemos que esto va para largo. Para muy largo. Para tan largo que asusta. Hasta que la vacuna, si cabe, nos saque de ésta. Y también sabemos que el “bicho” mata, y mucho. M-a-t-a, con todas las letras. Todos tenemos ya amigos, familiares, conocidos que no volverán, que engrosan las cifras de esta masacre. No hacen falta fotos de ataúdes porque hemos sentido la muerte a nuestro lado. Todos hemos visto las orejas al lobo, de una u otra manera. Sabemos que va en serio, que de hecho no tiene ni puñetera gracia. Sabemos por último que, “cuando todo esto pase” se cierne sobre nosotros una gran incertidumbre sobre cómo será nuestra sociedad y cuánto se desmoronará de nuestra economía. Y esta sociedad naïf lleva muy, pero que muy mal, eso de las incertidumbres (ya no hablemos de nuestra pueril relación con la parca). La inseguridad hace que busquemos refugio en sombríos vendedores de crecepelos infalibles. El buitre nacional populista espera hacer su agosto con los restos putrefactos.
Los que tenemos una dilatada experiencia en que se desmorone nuestro escenario jugamos con una cierta ventaja. No podremos huir de la muerte, pero sabremos danzar con ella llegado el caso. Aprendemos como el tramoyista, y sabemos distinguir lo inmanente. No requerimos de tanta impostura, de ningún ardid para burlar la realidad. Adentrados en la zona umbría, ahora es cuando vamos a ver de qué está hecho cada uno de verdad.
Con las lorzas confinadas afloran ya también los miedos profundos. Vienen tiempos de impaciencias y reclamaciones. El dilema entre el “sálvese quien pueda” o “salir de ésta juntos”. Se viene la épica. Apretar los puños cuando falten fuerzas, cuando falten de verdad. Cantar a voz en grito, no como los payasos de la tele (dicho esto con todos los respetos para el noble oficio), sino como la expresión sonora de las luchas -internas y hacia afuera- que están por venir. Hacer el chorras hasta ahora tiene un cierto mérito, claro. Pero es a partir de ahora, ungidos de consciencia y gravedad, que someteremos a la prueba de la fatiga a nuestros nobles materiales. Estar a la altura dependerá de los asideros de los que nos hayamos dotado, individual y colectivamente.
“Porque, sin buscarte, te ando encontrando por todos lados, principalmente cuando cierro los ojos…” J. Cortázar.
Volvemos a nacer. El escenario se desmorona, el tramoyista aprende a distinguir lo permanente y lo pasajero. Lo efímero se difumina y poco a poco se advierte de nuevo una figura perenne, que repaso con tacto atávico, y que deslumbra los ojos del primer hombre.
Sin mi permiso apareces irreverente una y otra vez, principalmente, decía Cortázar, cuando cierro los ojos. Crujen de nuevo los tabiques de mi laberinto. Me he acostumbrado tanto a imaginarte, que se me hace extraño poder entreabrir simplemente los párpados para seguir tu silueta, fundiéndose a la vida. Tendré que ir poco a poco para que no me ciegue tu epifanía. No sé, llegado el caso, si sabré extender mis brazos y llegarte de nuevo.
Qué hacer cuando el verbo se haga carne. Frente con frente. Se colmará de nuevo con tu savia. Se humedecerá tu cabello enredado en mi boca. Lianas en la espesura.
Torpe, como un adolescente, debo recordar tu geometría. Mis manos sobre el mapa, tu tacto en el recuerdo de la sagrada orografía. Te sobrevuelo alado, furtivo. Escapo de tus radares. Y brinco entre los destellos de la memoria como en una holografía, repasando la marca indeleble al tiempo y la distancia. El secreto de un texto que venció las corrientes y se hizo río, para mostrarse majestuoso, inmanente. Como siempre había sido.
La vida enseña que las personas con cicatrices son más de fiar que las que mantienen su epidermis como el primer día, ajena a las laceraciones propias de la existencia. Quizás lo mismo ocurre con las sociedades.
Cuando todo esto pase (ojo que igual es la frase del año) todos tendremos cicatrices. Pérdidas personales, familiares o amigos, y pérdidas económicas se revuelven bajo la carcasa de memes y nos dejan el poso amargo. La sociedad naïf e infantilizada se hace mayor, como todos nosotros, a hostias. La pseudo espiritualidad no aguanta un combate cara a cara con la muerte.
Sentirse mortal y frágil es la mayor de las fortalezas. Nos ofrece la enorme gracia de atisbar la medida de nuestra provisionalidad. Nos ayuda a escalar de otra manera nuestras prioridades, a ecualizar deseos y a medir nuestra sensiblería más ñoña. Estar aquí-y-ahora pasa a ser lo único. Y esa verdad nos hace gigantes.
No pretendo usurpar a las cohortes de estupendos en sus sesudos debates sobre la sociedad post-Covid. No subvertiré el orden de sus chiringuitos. Tan sólo auguro un despertar de luz serena y transformadora. En ese renacer más grave no faltará la coña ni el cachondeo. Tal cosa sería contra natura. Más habrá una sombra sobre el eco de nuestra risa, como los chistes de velatorios.
Se erizará la piel como siempre al sumergirnos en unos ojos de miel y mar. Nos abrazaremos hasta que cruja la espalda. Nos besaremos mientras apretamos nuestras frentes. Tomaremos ese gintonic que nos debemos, faltaría más, pero seguro que en algún momento, alguno de nosotros, clava la mirada en ninguna parte y se ensimisma en los girones que nos hemos dejado en esta lid. Llámale consciencia. De buen seguro nos hará más de fiar.