“De ahí que un género duro somos y avezado en sufrimientos y pruebas damos del origen de que hemos nacido”. Ovidio, Las Metamorfosis.
Psychenautas hacia el negro absoluto. Un negro profundo y acaparador. Hojarasca a merced de la corriente, buscando trascender para comprender el río. Así surgimos del caos, vibrando hasta encontrar nuevos asideros.
Somos los colegas de Sísifo, expertos en restañar futuros; hormigas que alucinan con las luciérnagas. Protestamos vehementes, nos rebelamos, fracasamos y morimos desmembrados. Para renacer de nuevo intentando descifrar los códigos de esa mirada, tan breve como lacerante, que nos unge de miel y mar.
Somos de esa especie capaz de transmutarse en levadura o en argamasa. Priapistas o coribantes, según conviene. Sabemos que el sueño es el hermano de la muerte, y por eso rondamos a uno y a otra indistintamente. Hacemos cabriolas en la quilla de un destino que no nos corresponde. Y sumamos islas desiertas a cada naufragio.
Tenemos semidioses que murmuran letanías olvidadas, sacramentos arrebatados. Contamos con las aguas del diluvio, para que tenga sentido tanta arca. Sabremos, llegado el caso, surfear por el horizonte de sucesos. Al fin y al cabo, son los nuestros los túmulos de más enjundia, y son nuestras las aras sobre las que el incienso ciñe el talle de la concordia. Poseemos la piedra del certamen y los juegos. Y un buen día será de nuestro arco la punta que rasgará las ataduras.
Seguimos ahí, de pie entre las ruinas. Apostados ante el umbral, invocando la palabra de paso cada amanecer. Dispuestos a crecer con la epopeya. No lo olvides: somos nosotros los que sostenemos el mundo. Los que sonreímos cuando andamos quebrados por dentro.
Cuando cae el escenario, el tramoyista es el único que aprende.