Hoy hace un año andábamos perplejos. Los que no habíamos caído en la locura del papel higiénico nos habíamos reído de la posibilidad de una pandemia que, a la postre, lo cambió todo. Había salido Pedro Sánchez a proclamar con cara de acontecimiento histórico el estado de alarma. Algo me estremeció por dentro con las imágenes del Presidente. Así como los deportistas que se lesionan de verdad no hacen más aspavientos que los requeridos por el dolor del momento, los días históricos de verdad vienen casi sin anunciar. La semana anterior me la pasé hablando con los asustados miembros de la comunidad china de Santa Coloma, intentando convencerles de que llevaran a sus hijos al colegio, mientras me miraban con incredulidad.
Recuerdo que era domingo, y nos hicimos la primera barbacoa de la temporada. Al acabar caí en una siesta absurdamente intranquila, de la que me desperté con un tremendo dolor de cabeza. Al día siguiente tuve fiebre… me tocó pasar un mes confinado en mi habitación.
Tuve suerte. La cosa no fue a mayores y no requerí de hospitalización. Una llamada cada cuatro o cinco días de mi centro de salud, paracetamol y p’alante. Preocupación, desorientación y sueños lisérgicos. Lo que entreveía por la puerta entornada me anclaba a la realidad: mi mujer, mis hijos, aplausos al atardecer… Aquel episodio en lo personal acabó el lunes de pascua, pero en lo colectivo deja cicatrices profundas y heridas que todavía hoy están por mostrar su gravedad.
Aprendimos la importancia de la palabra burbuja, a convivir con el toque de queda, a no tocarnos, a posponer encuentros y abrazos. Aprendimos que hay cosas irrenunciables, entre otras contar con los tuyos, un vino al atardecer, la solidaridad, la inversión en una sanidad pública de calidad, y otras prescindibles completamente. Nos hemos descubierto frágiles, mucho más de lo que nos enseñaron. Las grietas de nuestro sistema del bienestar han dejado entrever nuevas y mayores desigualdades. Y detrás acecha la pobreza, la marginación, y sus consecuentes discriminaciones e injusticias. Sabemos de la importancia de la interdependencia y la colaboración. Sabemos que nos podemos poner de acuerdo para hacer cosas, desde aplaudir a las 8 a nuestras heroínas y héroes, a llevarle a los que peor lo estan pasando una ración de comida. Volvimos a creer en la fuerza de la gente que mueve los barrios, y nos inventamos un falso verano para poder ir tirando. Y luego alguien habló de salvar la Navidad, y nos lo creimos porque ya nos lo creemos todo. Todavía no somos conscientes de hasta qué punto nos ha marcado pasar por esto. Al mirar atrás hay algo que recorre el cuerpo, como una sombra, como un chasquido… Hoy anticipamos el final, ansiosos, porque lo que no aprendimos, ni aprenderemos, es a esperar.
