Hoy los secuaces de Bannon arrecian en su bombardeo mediático. Van crecidos y exhiben ufanos su pecho-pollo, henchido tras el episodio italiano. Tarantela lisérgica. Ebrios de victoria van, pescadores en río revuelto, sabedores de que la superposición de dos crisis ha hecho presión sobre las grietas del estado del bienestar. La falta de expectativas, de un horizonte para nuestros hijos, el temor a que el ascensor social se atore, o baje unos pisos, hace que se incremente la percepción de inseguridad “inespecífica”, ese cenagoso poso donde se larva el miedo que lleva de manera natural al odio al diferente, al chivo expiatorio, al pobre de entre los pobres. Así se fragua una estrategia profunda, discreta y tenaz, auspiciada por los generadores de fakenews de la ultraderecha y los nacionalismos identitarios. El objetivo: desestabilizar el sistema para obtener el poder.
Para tal ceremonia de la confusión preside el ara el ídolo del bricolaje, del “hágalo usted mismo”: sea usted su propia policía, procúrese su propio médico, pague usted a sus hijos un prestigioso colegio, no sea que llegue el juicio final y a usted y su prole les toque en el bando perdedor. De ahí el pasmoso crecimiento de esa derechona pseudo libertaria. A ellos les da igual desballestar el estado del bienestar, les da igual el desprestigio de las instituciones (vean el espectáculo de los jueces), se revuelcan bien en el lodo argumental de las redes. Por eso entran con alegría en la subasta a la baja de los tributos, que irremediablemente merma al Estado su capacidad de garantizar el bienestar de las clases medias y trabajadoras. Les da lo mismo si se infantilizan los argumentos, si se distancia el ciudadano medio de las administraciones de las que dependen sus servicios básicos universales. La desafección no es un problema, es un objetivo. Están aquí para desmontarlo todo, y por eso parece que todo les resbala, porque es así.
El repunte de la preocupación ciudadana en relación con la seguridad es inducido y premeditado, así como la depauperización de los servicios públicos esenciales: degradar la sanidad y la educación, induciendo al común de los mortales a buscar lo que los ricos ya tienen, una opción privada. Imagínense los estándares de desprecio de las empresas suministradoras de servicios hacia sus usuarios, aplicados a los servicios públicos. No eres nadie si no eres premium. Y ya sabemos como acaba la historia: sin blanca para poder pagarte la insulina.
Mienten. Y lo hacen sin miramientos. Y sin vergüenza, porque hace tiempo que en sus laboratorios descubrieron que mentir no penalizaba. La realidad es aburrida, y exigente. La mentira es dulce y se acopla como un guante a lo que quiero oír. Desde siempre hemos coexistido con mercachifles que nos proponían el crecepelo infalible, pero en la época de la hipérbole el smartphone nos los cuela en cada comida familiar, en cada tertulia en el bar, en cada reunión del colegio…
Pero les doy una mala noticia. Mala para “ellos”, claro. Se equivocan quienes piensan que la ultraderecha campa o va a campar alegremente por Europa. Son una inmensa mayoría los gobiernos moderados en la Unión. Por lo menos 17 países cuentan con gobiernos que van desde el centro izquierda, al centro derecha. Y otrosí: los resultados siguen sumando un gran porcentaje de votantes de izquierda, en ocasiones dispersos, en otras directamente confrontados, pero muy importantes en número. Por lo tanto, guarden de momento las trompetas, que el apocalipsis todavía no llegó.
Son tiempos duros, incómodos para esa izquierda pijiprogre de los unicornios y el delirio woke, que haría bien en arremangarse. Tarde se han percatado de que todo el resto no puede ser nazi, facha y/o paleto. La izquierda que pide trinchera sólo para luchar contra el fascismo aburre, entristece y no recibe votos. Básicamente porque también miente, pero lo hace peor. Desde el buenismo o el fraccionamiento en mini-causas, pasando por su adanismo o la fascinación inexplicable por los nacionalismos periféricos, todo lo que aleje a la izquierda de las cosas del comer, de la redistribución de la riqueza, la erosiona terriblemente. El mundo no es twitter, por suerte.
El momento es grave, con un sistema democrático desprestigiado por errores propios y ajenos, en un panorama de importantes desigualdades. Un caldo de cultivo perfecto para que avancen los discursos del odio, el miedo y el resentimiento. Debemos detenerlos, pero para eso no hace falta gritar más fuerte, ni tenerla más grande (la pancarta, digo).
Vamos a contracorriente, y llegamos ligeramente tarde. Se hace necesario abordar las causas profundas sobre las que se sustentan estos epifenómenos populistas. Y de ahí la defensa sin fisuras del Estado.
El Estado social debe ser nuestra zona de confort común. Debe contribuir a reducir los factores de vulnerabilidad a nivel individual y colectivo. No quiero buscarme la vida para estar más seguro, quiero que lo hagamos desde el sistema, con todas las garantías, para el bien común. La izquierda sin complejos levanta la bandera de la seguridad: una seguridad integral, que incorpora tanto la necesidad de mantener nuestra integridad material, física, psicológica, como la necesidad de mantener nuestra dignidad, nuestras expectativas dignas de futuro.
Frente al populismo fiscal, una fiscalidad más progresiva que beneficie a las rentas medias y bajas, en detrimento de las grandes fortunas. Un sistema impositivo cabal, progresivo y solidario. Respuestas moderadas, serenas, inclusivas y nítidas. Medidas que den respuesta a las necesidades sin polarizar, sin recorrer a posicionamientos histriónicos, sin postureos. Y sobre todo, sin ofrecer fórmulas mágicas y sencillas para problemas terriblemente complejos.
El Estado es la zona segura de los que no nos podemos permitir que la seguridad, la limpieza, la educación o la sanidad dependan de cuan llena suene nuestra bolsa. Unos buenos servicios públicos son la mejor protección de la clase media y trabajadora. Defender al estado es defendernos a nosotros, a nuestros mayores y a nuestros hijos.
