En defensa del Estado

Hoy los secuaces de Bannon arrecian en su bombardeo mediático. Van crecidos y exhiben ufanos  su pecho-pollo, henchido tras el episodio italiano. Tarantela lisérgica. Ebrios de victoria van, pescadores en río revuelto, sabedores  de que la superposición de dos crisis ha hecho presión sobre las grietas del estado del bienestar. La falta de expectativas, de un horizonte para nuestros hijos, el temor a que el ascensor social se atore, o baje unos pisos, hace que se incremente la percepción de inseguridad “inespecífica”, ese cenagoso poso donde se larva el miedo que lleva de manera natural al odio al diferente, al chivo expiatorio, al pobre de entre los pobres. Así se fragua una estrategia profunda, discreta y tenaz, auspiciada por los generadores de fakenews de la ultraderecha y los nacionalismos identitarios. El objetivo: desestabilizar el sistema para obtener el poder.

Para tal ceremonia de la confusión preside el ara el ídolo del bricolaje, del “hágalo usted mismo”: sea usted su propia policía, procúrese su propio médico, pague usted a sus hijos un prestigioso colegio, no sea que llegue el juicio final y a usted y su prole les toque en el bando perdedor. De ahí el pasmoso crecimiento de esa derechona pseudo libertaria. A ellos les da igual desballestar el estado del bienestar, les da igual el desprestigio de las instituciones (vean el espectáculo de los jueces), se revuelcan bien en el lodo argumental de las redes. Por eso entran con alegría en la subasta a la baja de los tributos, que irremediablemente merma al Estado su capacidad de garantizar el bienestar de las clases medias y trabajadoras. Les da lo mismo si se infantilizan los argumentos, si se distancia el ciudadano medio de las administraciones de las que dependen sus servicios básicos universales. La desafección no es un problema, es un objetivo. Están aquí para desmontarlo todo, y por eso parece que todo les resbala, porque es así.

El repunte de la preocupación ciudadana en relación con la seguridad es inducido y premeditado, así como la depauperización de los servicios públicos esenciales: degradar la sanidad y la educación, induciendo al común de los mortales a buscar lo que los ricos ya tienen, una opción privada. Imagínense los estándares de desprecio de las empresas suministradoras de servicios hacia sus usuarios, aplicados a los servicios públicos. No eres nadie si no eres premium. Y ya sabemos como acaba la historia: sin blanca para poder pagarte la insulina.

Mienten. Y lo hacen sin miramientos. Y sin vergüenza, porque hace tiempo que en sus laboratorios descubrieron que mentir no penalizaba. La realidad es aburrida, y exigente. La mentira es dulce y se acopla como un guante a lo que quiero oír. Desde siempre hemos coexistido con mercachifles que nos proponían el crecepelo infalible, pero en la época de la hipérbole el smartphone nos los cuela en cada comida familiar, en cada tertulia en el bar, en cada reunión del colegio…

Pero les doy una mala noticia. Mala para “ellos”, claro. Se equivocan quienes piensan que la ultraderecha campa o va a campar alegremente por Europa. Son una inmensa mayoría los gobiernos moderados en la Unión. Por lo menos 17 países cuentan con gobiernos que van desde el centro izquierda, al centro derecha. Y otrosí: los resultados siguen sumando un gran porcentaje de votantes de izquierda, en ocasiones dispersos, en otras directamente confrontados, pero muy importantes en número. Por lo tanto, guarden de momento las trompetas, que el apocalipsis todavía no llegó.

Son tiempos duros, incómodos para esa izquierda pijiprogre de los unicornios y el delirio woke, que haría bien en arremangarse. Tarde se han percatado de que todo el resto no puede ser nazi, facha y/o paleto. La izquierda que pide trinchera sólo para luchar contra el fascismo aburre, entristece y no recibe votos. Básicamente porque también miente, pero lo hace peor. Desde el buenismo o el fraccionamiento en mini-causas, pasando por su adanismo o la fascinación inexplicable por los nacionalismos periféricos, todo lo que aleje a la izquierda de las cosas del comer, de la redistribución de la riqueza, la erosiona terriblemente. El mundo no es twitter, por suerte.

El momento es grave, con un sistema democrático desprestigiado por errores propios y ajenos, en un panorama de importantes desigualdades. Un caldo de cultivo perfecto para que avancen los discursos del odio, el miedo y el resentimiento. Debemos detenerlos, pero para eso no hace falta gritar más fuerte, ni tenerla más grande (la pancarta, digo).

Vamos a contracorriente, y llegamos ligeramente tarde. Se hace necesario abordar las causas profundas sobre las que se sustentan  estos epifenómenos populistas. Y de ahí la defensa sin fisuras del Estado.

El Estado social debe ser nuestra zona de confort común. Debe contribuir a reducir los factores de vulnerabilidad a nivel individual y colectivo. No quiero buscarme la vida para estar más seguro, quiero que lo hagamos desde el sistema, con todas las garantías, para el bien común. La izquierda sin complejos levanta la bandera de la seguridad: una seguridad integral, que incorpora tanto la necesidad de mantener nuestra integridad material, física, psicológica, como la necesidad de mantener nuestra dignidad, nuestras expectativas dignas de futuro.

Frente al populismo fiscal, una fiscalidad más progresiva que beneficie a las rentas medias y bajas, en detrimento de las grandes fortunas. Un sistema impositivo cabal, progresivo y solidario. Respuestas moderadas, serenas, inclusivas y nítidas. Medidas que den respuesta a las necesidades sin polarizar, sin recorrer a posicionamientos histriónicos, sin postureos. Y sobre todo, sin ofrecer fórmulas mágicas y sencillas para problemas terriblemente complejos.

El Estado es la zona segura de los que no nos podemos permitir que la seguridad, la limpieza, la educación o la sanidad dependan de cuan llena suene nuestra bolsa. Unos buenos servicios públicos son la mejor protección de la clase media y trabajadora. Defender al estado es defendernos a nosotros, a nuestros mayores y a nuestros hijos.

Nos roban la libertad

Las palabras se pueden ordeñar. Obtenemos así las representaciones, guías de conducta, filtro de percepciones y escala de posibilidades. Un inmenso poder, el de las palabras. Por algo quedó dicho “en el principio era el Verbo”.

También las palabras se pueden secuestrar, emparedarlas en un zulo semántico, limitar su vuelo. Ajustamos así su reverberación y anclamos sus efectos a los marcos que nos convienen. Laboratorios de la simonía extienden estas prácticas, desde la publicidad hasta la política, en los ajetreados confines del discurso persuasivo. Brainwashing.  Come-cocos.

Quizás a parte del amor, la palabra más magreada sea libertad. Cuántas veces nos explicaron que la libertad era conducir un 4×4, volar en ala delta o una buena línea de telefonía móvil. Amasada y retorcida, prostituida, pero aun así manteniendo toda su capacidad de evocación. Hubo un tiempo en el que su mención iba asociada a un horizonte compartido.

Los nigromantes del nacional populismo anhelan su poder. En la oscuridad sus bots murmuran hechizos para capturarla. En Cataluña, con la retahíla procesista, ya construyeron una narrativa de derechas, reaccionaria, alrededor de la palabra “llibertat”. Se subieron a la ola del trumpismo antes que Trump. La adoptaron como palabra de paso para sus desmanes, pues aportaba la luz necesaria para ir de farol, alimentaba las ansias de aventurillas de los pijiprogres y enlazaba con utopías a lomos de unicornios con helado de postre. La propia Laura Borrás, símbolo de ese nacionalismo iliberal, no dudó en aparecer el día de su elección como Presidenta del Parlament de Catalunya con una mascarilla adornada con los versos de Margarit sobre la libertad, el poeta  vilipendiado en vida por formar parte de esa Catalunya plural que no les compra sus argucias. Sin vergüenza. Todo vale. También Trump pretendía erigirse en adalid de la libertad, esa libertad que luego hace que no tengas para pagarte la insulina.

Ahora la derechona casposa ha engendrado una nueva criatura de mirada torva y voz de Heidi al salir del after. Una candidata hecha a medida de los tiempos que corren, observada con complacencia por sus creadores, que coñac en mano comentan lo ida que está, y lo bien que les va.  Antes de que sea otro juguete roto de sus compadreos, esta community manager perruna estira el mantra “socialismo o libertad”, a sabiendas de que su libertad es un sálvese quien pueda, una pelea fratricida de pobres contra pobres a mayor gloria de la derecha identitaria. Su libertad tiene un componente de clase: unos mansos para que otros sean libres, si puede ser los de siempre, mejor. Lo que te ofrecen es privatizar servicios esenciales, a manos de sus amigos, recortar lo que se pueda el estado del bienestar y que te busques la vida. El mismo juego que en Catalunya, las mismas armas, la misma retórica pseudo revolucionaria para ocultar la más reaccionaria de las agendas. Por lo menos en Madrid no tienen a una parte de la izquierda encandilada blanqueando así su apuesta clasista y supremacista. Sus frames, los ornamentos de los discursos del nacionalismo central y periférico, son complementarios. Se necesitan. Se retroalimentan.

Pero aquí abajo, abajo, cerca de las raíces como decía el poeta, somos libres cuando nos movemos sin estorbos, internos o externos, hacia el bien. Cuando algo más grande que nosotros nos trasciende, cuando fundimos nuestro ego al calor de una causa, entonces los pobres somos libres. Para nosotros la entrega es libertad. Liberémosla.

Esto no va de Hasél (ni de jóvenes en paro)

Según la RAE un fantoche es una persona grotesca y desdeñable, un sujeto neciamente presumido, algo estrafalario o un “muñeco movido por medio de hilos”. Fantoche (de fantoccio, marioneta) es lo que agitan hoy unos y otros mientras Rivadulla pasea su estultícia con ínfulas de enfant terrible. Ay, Pablo, esto no va de ti, ni de tus mediocres canciones, ni de tu condena, ni de tu trastorno. Apartemos pues al narcisito nieto de franquistas y vayamos a lo importante.

¿Qué intereses confluyen, en una extraña carambola, para convertir en icono pop al mediocre cantante hijo de papá? Es cierto que la política hace extraños compañeros de cama. Como ocurre en Asesinato en el Orient Express, veamos como todos los sospechosos tienen algo que ver en este misterio:

De un lado el frente independentista ha encontrado un filón para volver a alimentar a la maltrecha coartada de Españistan, ese estado pseudodemocrático “más cerca de Turquía que de Francia”, tal y como lo ensueñan para reforzar su relato. Necesitaban de ello, porque España se parece cada vez menos a Francoland. No podían dejar pasar la ocasión.

JxCat y las CUP aprovechan para pinzar a ERC. La misión no es menor: se trata de boicotear cualquier acuerdo alternativo de izquierdas al frente nacional que ha gobernado Catalunya la última década. Retroalimentado por las debilidades argumentales de esa izquierda presa de su propio postureo, las CUP y Arran hacen el trabajo sucio. Aprietan, y ERC se resiente. Saben que un acuerdo con PSC y Comuns sería letal para el procés. Y no olvidemos que entramos en la recta final del suplicatorio de Puigdemont, Comín y Ponsatí, que podría levantar la inmunidad de los tres prófugos. Se vota en marzo.

Podemos, por su parte, ha optado por “marcar perfil propio” aún a costa de perder centralidad. Tensar la cuerda a sabiendas de que Sánchez no romperá la baraja. Flirtear con el extremo, no sea que surja en algún momento una alternativa a su izquierda. No ha reparado al parecer cómo castiga el electorado salirse de la centralidad si uno no asume un rol de extremista… y para pesar de la prensa de derechas, Podemos hace tiempo que no es extrema izquierda. Parecerlo le pasará factura.

Mientras, las derechas se frotan las patitas y de vez en cuando hacen aspavientos mientras exclaman con voz impostada que hace falta ley y orden. Rezan para que los conflictos sigan, pues han sido la cortina de humo ideal para toda la incómoda porquería maloliente alrededor del PP. Y Vox siempre con el cazo puesto. No necesita gesticular demasiado. El olor de contenedor ardiendo es un saquito de votos.

Por supuesto que entre medio hay grupúsculos radicales, y otros especímenes ávidos de saqueos, que han aderezado el escenario. Pero no son más que extras en esta escena.

Tampoco encaja la cacareada explicación sobre el elevado índice de paro, ni sobre la ausencia de expectativas juveniles. Miren, los que queman cosas son niñatos, amparados por buenos abogados y con cómodos colchones familiares como para rescatarles de sus locas aventuras. Los jóvenes que de verdad las están pasando canutas no están ahí (no cabrían), sino buscándose la vida, estudiando o trabajando en precario.

Así pues aquí tienen la peor de las noticias para el narciso: eres absolutamente irrelevante, chaval, intrascendente. Importas un bledo, Hasél, a los que supuestamente te defienden. Sólo eres el fantoche.

Les rotondes també seran sempre nostres?

Suposem que el Partit Comunista de Catalunya guanya les eleccions municipals a un petit poble. Acte seguit, l’Alcalde fa instal·lar a la rotonda d’entrada al terme municipal un gran masteler amb una enorme bandera roja, amb la seva falç i martell. Satisfet, però no del tot, ordena acte seguit engalanar tots els fanals dels principals carrers amb el mateix símbol. Segons el seu parer, no hi ha cap problema: la voluntat “del poble” ha quedat expressada en les urnes, i a més ningú no pot dir que el seu símbol és una expressió de bons ideals que ens haurien d’unir.

Aquesta ficció és potser una reducció a l’absurd, però ens permet visualitzar la barbaritat que ens trobem, dia si, dia també, a edificis institucionals, o a llocs o monuments emblemàtics arreu de la geografia catalana, allà a on governen forces independentistes. Estelades al vent de ús autoritari del poder. Qualsevol particular òbviament pot expressar les seves idees com vulgui, només faltaria, però no es pot monopolitzar amb símbols de part l’espai públic. Aquest principi raonable fa que la senyora Pepita, que és indepe, pugui penjar la seva estelada al balcó, i en Nil, que és comunista, tingui una falç i un martell, però que ni l’Ajuntament governat per comunistes pot substituir les banderes institucionals per la falç i el martell, ni l’ajuntament governat per independentistes poden omplir-ho tot del símbol de la seva lluita nacionalista.

Al crit d’“els carrers seran sempre nostres” s’ha perpetrat el marc mental de que tot s’hi val, si la causa es considera justa. El problema és que pot haver-hi més d’una causa considerada per un bon grapat de gent com a “justa” i, fins i tot, poden ser antagòniques. La solució política que ha de fer sortir Catalunya de l’espiral decadent de més de 10 anys de processisme, ha de passar també per la recuperació de la neutralitat dels espais públics. Una neutralitat conseqüent amb les múltiples diversitats que conformen el nostre país.

Estimar un país és donar valor a  les seves institucions. Valorar les institucions vol dir governar per a tothom, siguin o no siguin de la teva corda. Un dels problemes de Catalunya és que els que van de patriotes, ni coneixen bé el seu país en tota la seva pluralitat, ni legitimen les institucions amb el seu tarannà sectari. L’independentisme democràtic, que existeix però és bastant asimptomàtic, hauria de pronunciar-se obertament i reclamar com a pròpia la necessitat d’extirpar totes les expressions d’autoritarisme.

Més enllà de l’assistencialisme: enfortir els vincles comunitaris per garantir la convivència

A l’escenari que tenim per davant els Ajuntaments, novament, estarem a la primera línia de foc de les polítiques socials. Els pressupostos municipals minvaran, i les urgències socials a atendre seran més, i més punyents. I en aquestes circumstàncies serà difícil però peremptori no caure en un cert biaix assistencialista. Miro d’explicar-me.

Reforçar l’estat del benestar no és només garantir prestacions i d’altres mesures pal·liatives, per altra banda imprescindibles. En els plans de regeneració (deixo la paraula reconstrucció per altres circumstàncies encara més dramàtiques), al costat de l’assistencialisme i les polítiques predistributives, hem d’incorporar, mantenir, reforçar i actualitzar aquelles iniciatives comunitàries que promouen barris més resilients, que reforcen els llaços i les identitats inclusives. Calen nous plans de convivència.

Si volem trencar el cicle de les desigualtats, hem de garantir també la qualitat de vida relacional. Les xarxes relacionals de l’individu també són motor d’integració: oportunitats de formació, de participació política, de lleure. Són espais públics amables, o amb una lectura diferent que faci esclatar els estigmes; són accions a medi obert; són cura, acompanyament i acollida… Els intangibles que fan d’argamassa de les societats. Són el lloc dels relats inclusius que traspuen un projecte sociopolític i ètic de societat. Aquesta batalla no serà només sanitària, ni econòmica. Està en joc la nostra capacitat d’articular relacions i aliances als territoris més desfavorits. Serà necessari blindar la pau social davant els que estan interessats en fer-la volar pels aires. 

Les normes consuetudinàries de la nostra existència urbana es negocien i renegocien constantment. La ciutat és acord. El progrés econòmic i social es sustenta sobre aquesta negociació quotidiana de la convivència. I venen mals temps: increment de les desigualtats, tensions socials, influx de tensions populistes al caliu de noves inseguretats i incerteses, estigmatització de col·lectius i territoris, onades xenòfobes… Només amb potents processos de construcció i desenvolupament sociocomunitari, que promoguin la convivència intercultural, ens en podrem sortir. I no parlo de bones paraules, sinó de plans, programes, pressupostos… i responsables preparats.

Els problemes són reptes que ens porten a coneixements inèdits, amb el seu cisell ens donen forma, individual i col·lectivament. Caldrà sortir de l’autocomplaença. El que hem fet fins ara serveix com a coneixement acumulat, però cal una nova evolució de les polítiques de convivència, un spin-off basat en el predomini de les metodologies pròpies de la intervenció comunitària. És la cara soft de les polítiques socials, aquella que garanteix la coreografia de relacions, espais de transformació i intercanvi simbòlic als nostres barris. Encara se’n parla poc i no s’hi inverteixen suficients recursos. Però ho haurem de fer.

La intervenció comunitària s’ha mostrat com una eina suficientment versàtil i, al temps, eficaç, per a la generació de comunitats més fortes, actives i conscients als territoris. Els processos comunitaris han demostrat que permeten que els territoris comptin amb una organització pròpia per afrontar qualsevol repte. Si atenem a la seva forta dimensió organitzativa i relacional, l’organització comunitària passa a ser una estratègia clau per afrontar i sortir de la crisis.

La proposta per passar dels plans de xoc a plans de transformació: generem o actualitzem Plans de Convivència que prioritzin aquesta vessant comunitària, generadora de trobades improbables, noves narratives, nous relats impregnats de reptes que ens uneixen. Esmercem recursos en enfortir aquest entramat de vincles. Apostem per la interdependència i els projectes col·laboratius. Construïm una identitat inclusiva basada en un “nosaltres” plural, l’egregor, la pertenència en positiu, implicada i propositiva. No és un repte menor: sense un clima de convivència adequat, sense aquests vincles que fan més fortes i conscients a les comunitats, i malgrat tots els esforços que es facin, no hi ha progrés social ni econòmic possible.

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20 cosas que se os vienen al resto de España con el ultranacionalismo (y que en Catalunya ya hemos sufrido)

Queridos amigos del resto de España. Desde la experiencia con el ultranacionalismo catalán os aviso de lo que se os viene, en 20 puntos, sin jerarquía de planteamientos ni ánimo de exhaustividad. El nacional-populismo tiene un «modus operandi» común, comparten estrategas y métodos. Por eso hoy os recomiendo que os carguéis de paciencia, porque realmente la vais a necesitar. Ahí va:

  1. Apropiación de los símbolos comunes, bien sean banderas o celebraciones, incluidas festividades.
  2. Llamadas a la movilización desde las instituciones (e incluso, en el colmo de la desfachatez, movilizar con fondos de las instituciones).
  3. Polarización y maniqueísmo. No vale mantenerse en posiciones tibias o razonables. Muerte a los matices.
  4. Frikis haciendo performances. También políticos frikis, sobreactuando bajo la máxima “que hablen de mí, aunque sea mal”. Si hoy convenzo a 4 chalaos, tengo 4 chalaos más.
  5. Reparto de carnets de buen patriota. Ellos definen la única e unidireccional manera de ser o sentirse español (aquí a más de uno nos han dudado en nuestros morros de nuestra catalanidad, por no seguir los preceptos indepes), y el resto son supuestos colonos, traidores a la patria, etc…
  6. Circulación indiscriminada de bulos. Penetración en redes, profusión de bots y conspiranoias varias.
  7. Victimismo. Perfume de resistencia para lo que es reacción: “nosotros te contamos lo que nadie te cuenta”, obviando todos los medios de comunicación, que son muchos, que les dan obsceno apoyo.
  8. Bombardeo en los medios y acoso en las redes. Troleo indiscriminado. Equipos evidentemente financiados y organizadao para ello.
  9. Insultos, acoso e incluso agresiones a la prensa no afín en las manifestaciones públicas.
  10. Monopolización de la agenda pública en detrimento de los problemas sociales.
  11. Definición de un marco mental trufado de racismo cultural y supremacismo.
  12. Culto a la personalidad. Líderes mediocres elevados a los altares. Ídolos pop ultras de usar y tirar.
  13. Deterioro de las instituciones, hasta quebrar completamente la confianza de la ciudadanía.
  14. Manejo de la tensión en la calle para intentar provocar un “momentum” de ruptura.
  15. Una performance cada vez que baje la tensión informativa, da igual lo ridícula que sea.
  16. Apariencia continua de euforia. Infantilización del movimiento.
  17. Piji-revolución. Elevada movilización de clase alta y media-alta. También de currantes desconcertados, presa de la inseguridad. Ah, y los «quiero y no puedo» en primera línea, claro.
  18. Merchandising y cachivaches patrióticos para lucro de unos cuantos amigos.
  19. Jugadas maestras. Argucias frente a argumentos. Supuesta existencia de “planes” o “jugadas maestras” sólo conocidas por un grupo de mentes privilegiadas.
  20. Búsqueda de oscuros apoyos internacionales, económicos y mediáticos. Y una pregunta en el aire… ¿Quién paga la fiesta? ¿Quién quiere desestabilizar la política española y europea?

Un consejo: no perdáis los nervios, mantened el rumbo y el talante. No hay nada que les duela más. Sólo hay que ver los insultos que ha recibido Miquel Iceta por una gran parte del independentismo (y la aquiescencia de la otra), por haber mantenido en todo momento la compostura y la mano tendida. Paciencia. Perseverancia. Con el tiempo se descubren los faroles.

Menos patrias y mas decencia

La mesa ya NO sirve

El número mínimo de patas para sostener una mesa es de tres. Tríada son también las mínimas premisas que sostienen una mesa de diálogo: lealtad, deseo sincero de dialogar/negociar/acordar y reconocimiento del interlocutor. El independentismo ha carcomido dos de las tres patas. Y en consecuencia el Gobierno de España debe quebrar ya la única que queda.

El nacionalismo independentista, especialmente ERC, se ha mostrado desleal, errático. Cuando ha tocado, no han estado a la altura. Su síndrome de Estocolmo con el procés les hace unos socios poco o nada de fiar. Su miedo al qué dirán les atenaza. La subasta de quién es más indepe sigue abierta, y JxCat juega fuerte, ultra-fuerte.

No se ha demostrado pues la mínima lealtad institucional exigible. Esta mesa adolece, por si fuera poco, de un sesgo muy peligroso para el gobierno de progreso de España: todos los pasos dados pareciera que van en una única dirección. Es decir, el independentismo no habría hecho ni el más mínimo gesto que ayude al Gobierno a seguir con esta negociación y, por tanto, el desgaste de participar en esta iniciativa es únicamente de Sánchez e Iglesias. Presa de su agenda o de su indefinición, tanto da, ni ERC ni JxCat muestran una voluntad real de acuerdo, pues ya dejaron claro en sendas ocasiones que el único acuerdo posible pasa por una hoja de ruta hacia un referéndum, opción nada deseable.

JxCat ha abrazado el trumpismo de manera descarada. Su estrategia es una mala copia de las malas artes de Bannon: una parida muy patriota cada semana, da igual si estamos en emergencia sanitaria, da igual todo (Ayuso lo ha aprendido rápido, pinza nacional populista). Sólo hay una agenda única: la beatificación de Puigdemont, ese señor llevado por el delirio, i la búsqueda de otro momentum de ruptura con el estado, otro farol, otra performance. El relato, trufado de racismo cultural y supremacismo, se sirve todos los días desde TV3 y medios afines para un público convencido y complaciente: España nos roba, España nos mata. Hay un «ellos» y un «nosotros».  España, ese “ente” innombrable (hay de decir Ejpaña, Ñordia, Francoland o Españistan) que se asocia a la pobreza, a la chusma, a la corrupción, por parte de personajillos financiados total o parcialmente por el erario público de la Generalitat. La institución convertida en una enorme maquinaria de propaganda, una agencia de colocación y un fondo inagotable para entidades amigas. El Molt Lamentable President Torra diríase que nunca estuvo cómodo en su sillón, vocacional aspirante al reñido puesto de peor President de la historia.

Y todo ello, duele decirlo, con la colaboración necesaria –y por supuesto consciente- de ERC y, de vez en cuando, con la bisoñez de los Comunes como aliada in extremis (véase la aprobación de presupuestos). ERC ha mantenido y mantiene este esperpento de Govern. Y no sólo eso: si la aritmética del Parlament después de las próximas elecciones sitúa a los republicanos en la disyuntiva entre un Govern de izquierdas u otro de mayoría independentista, no duden que volverán a envolverse en la bandera. Estoy convencido de que hay un independentismo sensato, pero hoy en día no es mayoritario en ninguna de las tres marcas que utiliza en el Parlament.

Hace tiempo colgué en mi balcón el lema “PARLEM”, para mofa de mis ex compañeros indepes, que se tragaron –o así lo hicieron ver- la pamplina de los 18 meses, del 1 de octubre y de la fake declaración de independencia. En mi casa se lloró cuando Puigdemont se arrinconó ante la presión de la historia (y de las 155 monedas de Rufián) y no convocó elecciones. Aplaudí el talante de Pedro Sanchez y Miquel Iceta, proclives al diálogo como salida, cueste lo que cueste. Pero hoy constato, con mucha tristeza, que se han volado los puentes: el independentismo no es leal, ni quiere un diálogo real. Sólo queda en pie una pata de la mesa, el reconocimiento del interlocutor, y esa es la pata que debe romper el Gobierno español. El Govern de Torra carece de la capacidad de representar a la sociedad catalana, por su marcado carácter sectario. Mejor afrontar las próximas (?) elecciones al Parlament libres de esa trampa en la que han convertido una mesa que ya no sirve para nada.

Mesa

Resistirem (resistiremos)

«Prou de passar por,

el dia s’alça

amb una rosa vermella a la mà»

Qué poco nos conoce quien piensa que cuatro niñatos malcriados son capaces de poner de rodillas a los socialistas. Nos increpan. Nos insultan. Les incomodamos especialmente, porque representamos mejor que nadie a la sociedad plural, diversa, y saben que somos imprescindibles para un futuro de acuerdo que será la evidente rúbrica del fracaso de los intolerantes. Les hago un spoiler para la campaña: no van a conseguir amedrentarnos. Cada generación tiene su momento para luchar por la libertad, así, con palabras gruesas, y ese momento nos ha llegado. Todavía no se ha visto en la historia que, llegado un momento como este, los socialistas demos un paso atrás.

Bien sea en los sindicatos, en los movimientos feministas o estudiantiles, en las asociaciones vecinales o en el tejido cultural de los barrios, las compañeras y compañeros socialistas han estado siempre ahí, esforzándose, cuando no sacrificándose, por causas que les sobrepasaban como personas. Tejedores de utopías, hemos brindado por las victorias, algunas pírricas, algunas todavía hoy hacen un poco mejor la vida de nuestros conciudadanos.

La Catalunya actual no se entendería sin la contribución de todos esos activistas que no tenían más red social que el pasquín y la rotativa, el bar y las aulas, la asamblea y el megáfono. Gente que se la jugaba de verdad. Ese activismo socializó a muchas personas que vinieron de otras regiones del estado español. Fue la reivindicación, la construcción colectiva de los barrios, la conquista de las libertades y la enorme transformación de nuestro país lo que les enraizó definitivamente como catalanes y catalanas, al grito de «llibertat, amnistia, estatut d’autonomia«.

Ahora unos cuantos niños de papá, con una estética a caballo del 15-M, la Casa de Papel o un video juego, se creen en su arrogancia capaces de darnos lecciones, de señalarnos, de quitarnos de en medio. Les encantaría que no estuviésemos, pero la realidad es tozuda, y Catalunya más plural de lo que pueden llegar a entender. No es todo el independentismo, pero es ese independentismo que le tiene comida la moral al otro. Son los de la piji-revolución, que entronca directamente con los movimientos nacional populistas que remueven el orden mundial y larva desde hace tiempo la versión «nostrada» de una exasperante infantilización, cargada de delirios narcisistas. Ellos han devaluado el concepto de huelga, el concepto de piquete. Han devaluado incluso al propio activista, y lo han transformado en un macarra. El macarra de la revolución a mesa puesta, en la que todo es gratis: la huelga no penaliza el salario, no ir a clase no penaliza la evaluación, saltarse las leyes no debe tener ninguna pena…

Por eso hoy tener una senyera normal vuelve a tener un significado reivindicativo. Nosotros la podemos levantar con orgullo para gritar que también somos el «poble», la parte del pueblo que quiere volver a la Catalunya plural, abierta y cosmopolita, a la Catalunya «plena» de nuestro himno. Pero la bandera que ondeamos con más brío es la bandera social. No os quepa la menor duda de que cuando en este país haya que salir a la calle para defender el estado del bienestar, para revertir los recortes que se ceban en las partes más débiles de nuestra ciudadanía, los y las socialistas estaremos ahí, como siempre. El PSC es un nido de conciencia social.

Frente a los que se creen con el poder de decidir cuándo vamos a ir a clase, cuándo vamos a votar, cuándo llegamos al trabajo, y cómo debemos ser, según ellos, «buenos catalanes», vamos a construir un dique que será el reflejo de una sociedad viva, capaz de resistir sus imposiciones. No nos vamos a quedar quietos. Para cada ola un dique. Para cada acción urdida para limitar nuestras libertades, se encontrarán a un puñado de socialistas, ahora ya dispuestos y preparados. Cada amenaza va a ser un motivo más para seguir en la senda de los que nos precedieron. Resistirem!

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10 RAONS BREUS PER ANAR-HI (a la mani de demà)

  1. Per demostrar que el poble de Catalunya és divers. N’hi ha indepes, amants de “les coses com estan” i reformistes/federalistes com jo. Nosaltres també som el poble de Catalunya.
  2. Per no deixar el “no independentisme” en mans del nacionalisme espanyol. Hi ha una esquerra no nacionalista contrària a la independència.
  3. Per cridar ben fort que som gent de pau, que volem viure en pau i volem deixar a tothom viure en pau. Al meu país hi cap tothom.
  4. Perquè vull posar el meu granet de sorra a la reconciliació d’aquest poble, avui dividit. Vull tornar a la meva Catalunya oberta, plural, cosmopolita.
  5. Perquè no vull que em facin triar entre totes les meves identitats. Sóc català, espanyol, europeu, mediterrani… i tot amb diferents pesos, segons el moment.
  6. Perquè vull que la Generalitat torni a tenir un govern per a tots els catalans, no només per a la meitat, i surti d’aquest procés de degradació institucional, i es preocupi dels problemes reals dels ciutadans.
  7. Perquè cal que sigui un èxit, i així forçar el diàleg que ens falta: el diàleg entre catalans.
  8. Perquè s’ha deixat fora a Vox de les organitzacions convocants. Això era una línia vermella.
  9. Perquè els carrers no seran “sempre seus”, seran de tothom.
  10. Perquè, tot i que no estic d’acord amb tot el que es digui (de ben segur hi anirà gent ben diversa) no puc quedar-me a casa. I tu?

PROU SCC