Qué le vamos a hacer. Soy vintage, viejuno. Procuro tener principios sólidos para moverme en la sociedad que dicen líquida. Me gusta la comida reconocible, las cenas románticas y las fiestas sorpresa. El olor de las velas y del incienso. Los libros de papel y las zapatillas de cuadros.
Creo que en los clásicos está todo drama y comedia, toda epopeya y arquetipo, y que cualquier obra posterior no es más que un remake más o menos afortunado. Igual que encuentro en los grandes libros de todas tradiciones las mismas simples verdades que alumbran al ser humano. Aun así me encantan las historias de intrigas y aventuras, de amores y muertes, y espero con ansia la temporada final de Juego de Tronos. Tengo mis contradicciones, ellas me conforman y me moldean. La vida es la lucha por superar esa dualidad.
Me gusta más deliberar que votar, seducir que provocar. Creo que el derecho a decidir va detrás de la virtud de consensuar. Me gusta la finezza y la esgrima argumental, más que la cultura del zasca y el mandoble. Soy de matices, de silencios llenos de contenido, de miradas cómplices, de partida de póquer.
Reconozco el valor de la palabra dada y de los apretones de manos. Deliberaciones tabernarias cargadas de humo, encendidas al calor espirituoso, y los acuerdos sottovoce, adornados con susurros llenos de honor. El brindis de los caballeros y las amazonas avezados de cien batallas tiene más poder que el decreto.
Contar a los amigos de vez en cuando. A veces pocos, a veces demasiados. A los de verdad no les ha faltado un grito, un insulto o una palabra fuera de lugar. Es así, para qué discutir entre colegas si lo podemos arreglar a hostias. Si no sabéis lo bien que sienta un bofetón, físico o virtual, de un amigo es que no habéis tenido ninguno.
Procuro defender a los míos pero sin autofelarnos. A mí no me encontraréis entre los silencios cómplices, aunque sorprenda a los mediocres y saque de sus casillas a los abusones. Antes de contemporizar, uno cumple con su deber si hace falta con una opinión incómoda. Más de una vez me robaron el bocadillo por ello. Me gusta la disciplina, y la lealtad bien entendida, que es esa que no aplaude cuando el Rey va desnudo, pero tampoco lo grita. Prefiero la estrategia a la táctica, y las cicatrices a las sonrisas prefabricadas. Las caras a los avatares.
Creo que las aptitudes son subordinadas de las actitudes, así que nunca me contrataréis por mi currículum, sino por mis ganas. Me gustan los acrósticos y las claves, los símbolos, los ruedos y arrobarme en los altares. Destrozar laboratorios. El acecho y la espera. Me gusta rondarte, y cazar besos furtivos en los labios de toda la vida. Lo he descubierto tarde, y es posible que no les importe un pimiento, pero descarga mucho saber que, simplemente, soy del antiguo régimen, un anacronismo, un accidente.