Trust I seek and I find in you
Every day for us, something new
Open mind for a different view
and nothing else matters
Metallica

Recuerdo que cuando era un chiquillo por mi casa rondaba un visor de diapositivas turístico con forma de televisor. En su interior una ruedecita giraba al apretar un botón, y movía un carrusel de fotos al tiempo que sonaba un “clic” característico. Mi ojo se pegaba fascinado al pequeño artefacto, buscando instintivamente alinearlo con alguna fuente de luz. Clic a clic, podía dar tres o más vueltas completas al disco de imágenes que, iluminadas, me revelaban un espacio mágico. A veces entraba y salía de la visión, alejando y acercando el visor a mi ojo, mostrando y ocultando progresivamente la realidad.
Las iteraciones del carrusel cotidiano también pueden generar fascinantes espacios, si contamos con alinearnos convenientemente hacia una fuente que ilumine lo suficiente. Hay personas que ejercen de luciérnagas. “El camino es fatal como la flecha, pero entre las grietas, está Dios que acecha”, nos susurraba Borges. Y es por eso, me temo, que me pueden encontrar rebuscando entre las brechas hasta clavarme las astillas. Somos así las gentes del intervalo. Sabemos pelearla pero a menudo nos verás ensimismados, perdidos en el rayo que se cuela justo por el resquicio entre estores para volver incandescente un iris. La confidencia crece bajo ese palio.
Pertenecemos al clan de los que saben que la libertad no viene de fuera, y que puede hacerse insoportable sin los suficientes asideros. Sin ellos se indigesta la vida sin desbravar. De la ebriedad al mareo, del mareo al amarillo.
Un asidero es esa fuente de luz que nos revela imágenes evocadoras, alguien con quien bailar en la cornisa. Pactos sin enunciar. Un guiño, un truco, un trato. Una contraseña: “te invito a un vino, que tenemos que hablar”. El mantra para aguantar un último asalto… Nos permite ejercer de giróvagos, descalzos, elevándonos sobre la mesa de la tasca, mientras invocamos antiguas palabras de paso. Pegamos la oreja al suelo, presintiendo el flujo de las amistades-Guadiana. Buscamos ahí nuestro pal de paller, el eje por el que viajar surfeando la frenética perplejidad, suspirando en la promesa de un remanso de arrobamiento. El asidero es entonces un pórtico, como el escote que precede a un pecho de fragua… Lo único que concilia lo que somos y lo que fuimos. Y nada más importa.
