Un Espanyol de Schopenhauer

“Militia est vita hominis super terram” (Job 7:1)

Va dir l’altre dia el nostre estimat Sergi Mas, a l’estrena de l’aventura televisiva «21″ de l’Oriol Vidal a Esport3 (llarga vida al programa!), que l’entorn de l’Espanyol està impregnat d’un profund pessimisme. Però  com d’a prop estem els periquitos del mestre Schopenhauer?

Deia l’abanderat del pessimisme profund que “no hi ha cap vent favorable per qui no sap a quin port es dirigeix”.  I raó no li faltava. El nostre equip sembla en ocasions massa perdut entre Escil·la i Caribdis. Ens ha faltat determinació en moments clau. Fracassos fecunds però dolorosos ens han endurit. Ara, que sembla que la direcció vol cuinar a foc lent, un projecte consolidat que es projecti cap al futur amb més múscul, no són pocs els que s’ho miren amb ansietat. Costa de posar les llums llargues. “Poques vegades pensem en allò que tenim, però sempre en allò que ens falta”.

La filiació blanc-i-blava és també, com deia l’Arthur parlant de la filosofia, una elevada cota a la que només s’accedeix per un escarpat camí de punxegudes pedres i afilades espines. La redempció del perico és el cor i la voluntat: la força d’un sentiment, no hi ha millor lema.  

El pessimisme que exhibim amb orgull no és antagònic de la felicitat, ni gens derrotista. Nosaltres en sabem molt de la recerca infructuosa de la felicitat, i per això, quan arriba, la volem exprimir. Davant del felicisme pueril, enfront de l’imperatiu de la felicitat, nosaltres ens pixem a sobre dels tractats d’autoajuda i del mindfulness. No impedim l’entrada a l’alegria, faltaria més, però sí a l’il·lusionisme. Deixem els pamfletaris i ridículs exercicis d’optimisme buit per al nostre veí, en altra hora ric, ara enredat en la seva lisèrgica decadència, doncs sabem que “una vida feliç és impossible: el màxim a que pot aspirar l’ésser humà (perico sobretot) és a una vida heroica”.

El pessimisme realista de l’Espanyol no és una llosa que arrosseguem llastimosament, sinó una lluerna interior, una espècie d’instint ens impel·leix a l’acció. És clarividència feta de desenganys, que parteix de la precarietat per a superar els patiments. No pain, no glory, amigos!

El nostre pessimisme és candent, està permanentment a l’aguait, i ens insta a agafar les regnes enmig de la turbulència. Una voluntat sense principi ni final ens exhorta a l’acció, a no cedir, a avançar amb tot per on ens deixi la Fortuna. Tot s’hi inclou en el torrent del temps, i la nostra història està feta d’èpica. Que la felicitat no és regal, sinó conquesta. El pessimisme pot ser terapèutic, perquè és decapant i lúcid, revolucionari: més lluita, més convenciment i menys plors i queixes.

Vicente, ten fe

La gracia de la fe tiene la particularidad de no ser una cuestión que competa a voluntad de cada uno. O se tiene, o no se tiene. Sin embargo puede tenerse y perderse, o perderse y recuperarse, operando siempre con independencia de nuestros deseos.

Los pericos, de siempre, contamos con ese favor inmerecido. Pasamos mascullando media semana sobre alineaciones, sistemas y actitudes, y la otra media andamos fabulando con el cuento de la lechera: que si ganamos hoy nos ponemos a equis puntos de Europa. Quizás por ello no nos acaban de encajar los místers demasiado hieráticos, salvo aquellos que llevan la procesión por dentro, y no soportamos en absoluto a los agnósticos.

Una temporada de recién ascendido es propicia para contemporizar, ser resultadista, pragmático. Pero llegados al ecuador y vistos los mimbres del equipo y del cuerpo técnico, éste Espanyol puede y debe mirar hacia arriba. Hemos hecho los deberes. Hágase pues.

Vista la decadencia blaugrana, la pequeñez de sus andamiajes, el escaso señorío de sus desprecios, Vicente, hay que tener fe. Las condiciones son favorables. Necesitamos creer, es la condición del corazón perico. Cada partido es una promesa, aceptando el reto de ir más allá de lo establecido: somos los herederos.

Vicente, debes creer, que para eso tienes un nombre con etimología de vencedor (vincens). Puedes sentirte seguro, porque en medio de la vorágine, siempre habrá  un incondicional, llueve o truene, que es el apoyo de la afición. Más allá, se entiende, del estridular de las redes. Ella te garantiza su aliento en este propósito poderoso. Porque si algo sabemos los pericos, Vicente, es que la fe es necesaria para gozar de la esperanza.

Civismo y fútbol de barrio

Un domingo a las tres de la tarde, en unas instalaciones regulinchis cualquiera. Unas cañas y un bocata. Reencontrarnos todos con un “a ver qué pasa hoy”, entre expectante, resabido y escéptico. Entrenadores jóvenes que se desgañitan mirando de sacar lo mejor de ellos y de sus equipos. Los chavales, el porqué de todo esto, con una mochila de estudios, adolescencia, despertares, granos y primeras novias, y tres entrenos entre semana a los que asistir, por gusto pero también por compromiso. Son momentos cálidos. Veo ese tobillo izquierdo que atesora una finezza por explotar, y me emociono, porque el barrio gambetea por la banda. Es nuestro fútbol. Es pura verdad.

Tanto nos gusta que a veces olvidamos, todos, lo que quiere decir el futbol formativo. Los místers acaban siendo penitentes de comentarios cuñadistas, que como es sabido todos llevamos dentro un entrenado excelente, al que sacamos a pasear las tardes de partido para iluminar con nuestra sabiduría el mundo del balompié.

No falta tampoco la torpeza de quien no sabe que la presión a los chavales debe suministrarse con tino, con mimo y con mesura. Es minoritario, pero se hace notar. La berrea es impelida por frustraciones de otros lares, arrebatos de testosterona no bien resuelta, seguramente por falta de una canalización más vigorosa y placentera. Los críos más pendientes de las indicaciones de papá que del banquillo. Pero papá sigue gritando porque no sabe otra manera de gestionar lo que le pasa por dentro y por fuera. La sombra de Homer Simpson no es alargada, pero llega lejos, profundo.

Por supuesto todo bien regado también con improperios a los árbitros, como si estos fueran de otro planeta, como si no padecieran los horarios y las instalaciones. Como si no tuvieran bastante con sacar adelante con dignidad un partido, a veces bronco, siempre competido, sin asistentes, y con unos cuantos energúmenos empeñados en agriar la tarde al resto. Emociona escuchar al árbitro malagueño Andrés Giménez hablarles a los padres y madres sobre el “VAR de la honestidad”.  

Son muchos ya los esfuerzos de clubs e instituciones para conseguir que este espectáculo sea  un momento divertido en el que invertimos horas famílias, gestores,  directivas, entrenadores,… Estoy convencido del compromiso de los responsables con el civismo, como uno de los valores fundamentales del deporte. Hace falta que las familias sigamos también esa estela, y desterremos con firmeza determinadas actitudes, para que no se nos identifique con ellas, ni a nosotros, ni a nuestros hijos e hijas, ni a nuestros clubs, en una sinécdoque injusta y pegajosa.

El futbol de barrio es lugar de encuentro, intercultural, de cervezas y amistades, inclusivo… un espacio de socialización diferente que sirve también para romper estigmas. Para forjar talento. Para templar talantes. Para demostrar que el barrio, cuando nos sale, puede ser vehemente, pero es ante todo esfuerzo, compromiso, civismo, orgullo y respeto. Algo que se escapa del laboratorio. Cuidémoslo.