Ofrenda a Metis

Metis era una de las Oceánides, hija de Océano y Tetis, y fue la primera esposa de Zeus. Ni más ni menos, la madre de Atenea, la archiconocida diosa de la sabiduría estratégica, de la guerra planificada, y de las artes técnicas y artesanales. Cuesta imaginar a Metis riñendo a Atenea, zapatilla en mano, pero al fin y al cabo una madre es una madre…
Metis no es una inteligencia racional y abstracta, sino un tipo de prudencia flexible y anticipatoria que permite al individuo desenvolverse en situaciones complejas, ambiguas y cambiantes. Una mezcla de destreza y “gramática parda”.


El mismísimo Clausewitz diría “en la guerra, más que en todo lo demás, las cosas suceden de un modo distinto al que se había previsto, y toman de cerca un cariz diferente al que tenían de lejos”. ¡Clausewitz!, incapaz de concebir que la guerra se produzca sin un “plan de guerra” que se mantiene con voluntad de hierro. “Hay que dejar una parte general mucho más amplia al talento y recurrir menos a indicaciones teóricas”, remataría. Los chinos lo entendieron hace tiempo: quien sabe apoyarse en el potencial de la situación, puede vencer con facilidad. Tao significa camino. Be water, my friend. El estratega chino se guarda, efectivamente, de proyectar para imponerse al desarrollo del porvenir, ya que es ese mismo desarrollo de lo que tiene intención de sacar partido. Posición disponible a la situación, a lo que surja, infinitamente flexible, sin predeterminar nada. En lugar de un plan proyectado al futuro, con un objetivo preestablecido, y una concatenación minuciosa de pasos, se propone una evaluación minuciosa de las fuerzas en juego, identificación de los factores favorables y explotación a medida que nos encontramos con circunstancias nuevas. De esa forma comprende el resultado del combate, lo intuye predefinido incluso antes de entablarlo. Es esa sensación que te eriza la piel y te susurra “hay cosas que ya han pasado, sólo falta que se materialicen”.


Nuestro mundo avanza con determinación mecánica. Hay quien opina que el motor de la civilización es la ingeniería, tan práctica, tan cartesiana. Tenemos sus principios muy bien asimilados. De hecho estamos formateados en sus esquemas, porque aparentemente todo gira en torno a artefactos. Artefactos para comunicarnos, artefactos para trabajar, artefactos para medir, e incluso estados-artefacto para organizarnos. Casi sin darnos cuenta seguimos su pauta, aplastantemente lógica: objetivo-idea-voluntad-plan-resultados. Hacemos un plan con el que intervenir en el mundo y dar nueva forma a la realidad. Trazamos nuestro modelo de ciudad que queremos construir, el militar su plan de guerra, el economista su plan de crecimiento… He conocido incluso personas con elevadas aspiraciones espirituales que pretendían establecer el automatismo infalible de liberación total y trascendencia de la existencia condicionada. El gimnasio del alma para alcanzar el Nirvana, como el que repite series de mancuernas para mejorar su bíceps.


Pero ay, el mejor de los engranajes falla, la complejidad rizomática de las interelaciones de fuerzas nos deja absortos ante problemas con soluciones no unívocas. Lo que tan bien nos ha funcionado para hacernos amos de la naturaleza, ¿vale también para la gestión de las situaciones y de las relaciones humanas? ¿puede esta eficacia del modelo que observamos en el plano de la producción ser válida no para lo que se “fabrica” sino para lo que se “realiza”?
Nuestras ciudades son un hervidero de negociaciones y reconocimientos que se construyen sobre intrincados mecanismos de complicidad. Los consensos se superponen a conflictos resolubles y otros no tanto, sobre los que aprendemos a gestionar nuevos acuerdos que nos reinventen. El calor humano de las relaciones comunitarias, conservadas bajo las brasas enfriadas de la modernidad, de las que habíamos olvidado la agradable convivencia y sobre todo una percepción especial del tiempo, pervive, late en lo profundo.


Los que trabajamos en “lo social” tenemos la ardua tarea de dibujar horizontes, esos que a menudo nos hurtan los edificios. Tener un horizonte es vital, es un lienzo en blanco, un elevado objeto de contemplación. Las expectativas son importantes.
Crear oportunidades no es un objetivo que responda a un plan automático, y requiere de un compromiso para confiar en el proceso, en las recetas a fuego lento. El asistencialismo es mecánico, pero detrás de cada PIA hay horas, intuiciones, perseverancias… detrás de cada acto en la vía pública hay un ramillete de complicidades tejidas y reconocimientos… Para todo eso hacen falta espacios de comunicación e intercambio simbólicos, y artesanos, y orfebres.


El ingeniero, sentado sobre su trono de cuadros de mando y parrillas de datos, empoderado hasta el paroxismo bajo el encantamiento de la IA, será incapaz de valorar los extraños vericuetos de las negociaciones humanas. Le trastorna el genio, eso que trasciende la teoría. No entiende el arrobamiento, y por eso es como un niño que se revuelve enfadado cuando su juguete no es capaz de abarcar todas las variables. A base de sistematizar, reducir todo a simples datos numéricos, geometrizar todos los factores del juego… olvidó el sentido de los simbólico, todo anhelo trascendente. Sin valores estables la fatiga le llega en una sucesión frenética de decisiones tácticas, un enorme vacío de significados, individuos seriados ante el espejismo de la individualidad hecha por moldes. De Descartes al Prozac.


Por suerte para todos, la práctica traiciona siempre, aunque sea mínimamente, a la teoría. Nosotros vivimos agazapados en el resquicio, en las grietas donde habita la opción del plot twist. Tenemos la capacidad de pillarnos los dedos, mantenemos la astucia que interpreta los oráculos oblicuos, podemos leer mapas incompletos, detectar patrones imposibles. Provocamos encuentros improbables, victorias a contrapronóstico, nos insertamos en el curso de las cosas, perturbamos su “orden” y su “coherencia”. Solo así podemos generar las condiciones para imaginar formas de acción y subjetividad política, iteraciones democráticas, procesos complejos de argumentación, deliberación e intercambio público a través de los cuales se cuestionan, invocan y revocan reivindicaciones y derechos.


Demasiado a menudo nos empeñamos en meter a la gente en los cuadraditos de nuestras encuestas y formularios. “El barrio es un sortilegio” diría Neruda. En el barrio caben todos los ritmos y todos los idiomas… el mundo, en fin. Lo hacemos entre todos y con nuestras manos, trazando más con filigrana que con cuadrículas. Grandes espacios o pequeños momentos, epopeyas y vodeviles, catástrofes y maravillas. Los barrios tienen también sus héroes y heroínas. Si acertamos en generar las condiciones, juntan sus manos para hacer una mano mayor, con la que trabajar duro y conquistar una sociedad más justa y más a su medida. El derecho al futuro, el derecho a la ciudad. Sin el concurso de los orfebres de lo social, ese anhelo de desdibuja. El análisis contrafactual suele ser demoledor: ¿qué pasaría si no estuviésemos ahí, con nuestra intuición de la oportunidad, nuestra inteligencia de lo efímero?


Así que dejemos que sigan pensando que van ganando. Ellos no conocen las reglas del tiempo. Es cierto que manejan a las mil maravillas la terquedad del cronómetro, pero perdieron el sentido de los ciclos. Al final, será el ingeniero quien haga la primera ofrenda a Metis. Ella nos inspira para tener olfato, sagacidad, flexibilidad mental, maña, atención despierta. Con ella aprendimos el sentido del acecho, del disimulo, de la seducción. Nos permite la capacidad de inventar una solución sobre la marcha, de dar con el camino más corto o el atajo más efectivo, y de esquivar al adversario con picardía. Somos capaces de perpetrar abrazos inesperados que hacen estallar las paredes de los laboratorios. Nos enamoramos en cada serendipia. Existimos, porque siempre hay algo que se escapa del guion.


¿EL PUEBLO SALVA AL PUEBLO? El estado contra el estado de ánimo.

Bucles de imágenes épicas. Momentos emocionantes de gente ayudando a gente. Destellos que recuperan la fe en la humanidad, y certifican que siempre hay más gente buena que mala en el mundo. Es el lado “bueno” de las catástrofes.

Con el sentido de comunidad en coma, absorbido por el individualismo feroz, reconforta que por una vez, escoba en mano, personas comprometidas arriman el hombro sin importar la ideología del de al lado. Codo con codo. Hay algo en esas imágenes que nos evoca un lugar perdido en la memoria colectiva. Mejor dicho, un no-lugar, una imagen construida entre relatos de héroes y revoluciones. Fuenteovejuna naíf, pero Fuenteovejuna al fin y al cabo. Esa vibración que nos recuerda que somos fuertes si nos ponemos de acuerdo en algo.

La fuerza del eslogan se impone: el pueblo salva al pueblo. Palabras que vuelan como un hechizo. Resuenan en las esquinas de los barrios obreros. Se empiezan a imprimir camisetas. Nigromantes las susurran en los laboratorios, azuzan sus granjas de bots, y advierten que falta una palabra que transforme el hechizo en verdaderamente dañino. Una palabra que refuerza y cierra el círculo semántico: “SOLO el pueblo salva al pueblo”. Voilà. De repente la solidaridad se vuelve un arma contra el estado del bienestar. Su honda expansiva crece dopada por la ansiedad solidaria.

Bricolaje social: hágalo usted mismo, no lo deje en manos del estado. El estado de ánimo es propicio para comprar el mensaje. Hordas henchidas de buenas intenciones, alimentadas por las redes y los medios, que expresan su frustración cuando los responsables de la logística ejercen como tales, y les recuerdan que a veces menos es más. Decirle a la gente que no acudan en masa como voluntarios, o que no envíen cualquier cosa y de cualquier manera como ayuda humanitaria es situarte en el papel del Grinch. Ahí se recrudece el espejismo: ¿veis como estamos solos?

El medio es el masaje, advertía un sagaz Marshall McLuhan, viendo como se restructuraban los patrones de la interdependencia social, reconsiderando y reevaluando toda institución establecida. Los genios advierten con 60 años de antelación y siguen vigentes. “Sólo el pueblo salva al pueblo” podría firmarlo Maduro, Milei o Trump. Populistas y anarcocapitalistas bailan con los cryptomasters. La nave del misterio pasa a hipervelocidad, sospechas y fakes en máxima aceleración, pues sus nuevos benefactores le recompensarán ampliamente. Convenientemente licuado, el mensaje empieza a penetrar entre bienintencionadas gentes de izquierda.

Cualquiera que haya tenido alguna experiencia en la gestión de emergencias sabe que la ayuda desorganizada puede acarrear más problemas: colapso de vías de comunicación, alimentos en mal estado, material innecesario. La estructura estatal, desde los ayuntamientos al gobierno del estado, pasando por las autonomías, para operativizarse, tienen implícitos una serie de protocolos que son tan necesarios como engorrosos. Los sucesivos niveles de alarma marcan las competencias, y cada cosa tiene su paso.  Incluso obviando los errores de bulto, que los ha habido, las cosas no pasan con un chasquido mágico, ni con un golpe de puño de un mandatario sobre la mesa. Eso para las películas.

La trampa está servida. Harían falta más y mejores recursos públicos, y mejor administrados, pero el neoliberalismo te va a poner los pelos de punta diciéndote que “menos chiringuitos que no sirven para nada”. Traducido: menos estructuras del estado. Cuando haya menos, será más verdad lo de “estamos solos”. La profecía auto cumpliéndose. Y para entonces ya estaremos todos de acuerdo en que “todos los políticos son iguales”. Este cóctel entra solo, pero tiene muy mala resaca, particularmente para las clases medias trabajadoras. Menos estado es menos prestaciones, menos servicios, y más “búscate la vida”. El estado es nuestro lugar seguro, el de todos y todas.

Siempre es impopular gestionar una emergencia. Nunca vas a la velocidad exigida. Nunca cubres la expectativas de todólogos y cuñaos. Es difícil hacer entender que una vez el daño hecho, todo va exasperantemente lento. Los operativos no se pueden desplegar sin una mínima estructura de mando. Otra cosa es que aquí el error más gordo vino en la previa de la catástrofe, porque Roig manda más que la AEMET. La economía por encima de la vida. La libertad ayusera penetrando fuerte.

Son los recursos públicos bien administrados los que salvan al pueblo. Porque en esta emergencia hacen falta muchas manos, pero harán falta muchas más que sólo los recursos públicos pueden garantizar. ¿Quién arreglará las infraestructuras? ¿un fachinfluencer desde Andorra diciéndote que no pagues impuestos? ¿también pondrá los médicos necesarios? ¿desplegará a la UME o al ejército?. Este desastre tardará mucho en solucionarse. El fachinfluencer pronto dejará de interesarse. Las hordas de voluntarios encontrarán nuevas causas. Entonces sólo quedarán las estructuras del estado.

Sí, el pueblo salva al pueblo cada cuatro años, pero votando a los partidos que mejor gestionan las crisis, los que mejor administran los servicios públicos, cada cual con su criterio.

Asideros

Trust I seek and I find in you

Every day for us, something new

Open mind for a different view

and nothing else matters

Metallica

Recuerdo que cuando era un chiquillo por mi casa rondaba un visor de diapositivas turístico con forma de televisor. En su interior una ruedecita giraba al apretar un botón, y movía un carrusel de fotos al tiempo que sonaba un “clic” característico. Mi ojo se pegaba fascinado al pequeño artefacto, buscando instintivamente alinearlo con alguna fuente de luz. Clic a clic, podía dar tres o más vueltas completas al disco de imágenes que, iluminadas, me revelaban un espacio mágico. A veces entraba y salía de la visión, alejando y acercando el visor a mi ojo, mostrando y ocultando progresivamente la realidad.

Las iteraciones del carrusel cotidiano también pueden generar fascinantes espacios, si contamos con alinearnos convenientemente hacia una fuente que ilumine lo suficiente. Hay personas que ejercen de luciérnagas. “El camino es fatal como la flecha, pero entre las grietas, está Dios que acecha”, nos susurraba Borges. Y es por eso, me temo, que me pueden encontrar rebuscando entre las brechas hasta clavarme las astillas. Somos así las gentes del intervalo. Sabemos pelearla pero a menudo nos verás ensimismados, perdidos en el rayo que se cuela justo por el resquicio entre estores para volver incandescente un iris. La confidencia crece bajo ese palio.  

Pertenecemos al clan de los que saben que la libertad no viene de fuera, y que puede hacerse insoportable sin los suficientes asideros. Sin ellos se indigesta la vida sin desbravar. De la ebriedad al mareo, del mareo al amarillo.

Un asidero es esa fuente de luz que nos revela imágenes evocadoras, alguien con quien bailar en la cornisa. Pactos sin enunciar. Un guiño, un truco, un trato. Una contraseña: “te invito a un vino, que tenemos que hablar”. El  mantra para aguantar un último asalto…  Nos permite ejercer de giróvagos, descalzos, elevándonos sobre la mesa de la tasca, mientras invocamos antiguas palabras de paso. Pegamos la oreja al suelo, presintiendo el flujo de las amistades-Guadiana. Buscamos ahí nuestro pal de paller, el eje por el que viajar surfeando la frenética perplejidad, suspirando en la promesa de un remanso de arrobamiento. El asidero es entonces un pórtico, como el escote que precede a un pecho de fragua… Lo único que concilia lo que somos y lo que fuimos. Y nada más importa.

Casi una hectárea de disidencia

Tiene Tolstoi un delicioso cuento titulado ¿Cuánta tierra necesita un hombre? El protagonista es tentado por el Diablo, quien le consigue tantas tierras que acaba falleciendo en el intento por recorrerlas. Es una historia con moraleja sobre la capacidad devoradora de la codicia, la ambición y la soberbia…  

Las dimensiones del terreno de juego del RCDE Stadium son 105 metros de largo por 68 de ancho. Esto hace 7.140 m2 o lo que es lo mismo, 0,7 hectáreas. Así es. Existe en Catalunya casi una hectárea que se resiste al pensamiento único. Un terreno donde se siembra la disidencia, el orgullo, la audacia y el coraje, en bancales separados por líneas de cal. Ahí encontramos refugio los pericos, a veces para subir entonando alegres canciones al monte de la victoria, a veces para explorar el umbral de infiernos dantescos. Es nuestro sitio distinto, hecho de sensaciones singulares.

Hay alguna “calva” en esa hectárea, como en todos lados. Que levante la mano a quien no le clarea alguna vergüenza. Pero aún no ha amanecido el día en el que tengamos que sonrojarnos de los mangoneos con los poderosos para adulterar nuestras competiciones. Este terruño es para hundir las manos entre la hierba. Aquí no caben palancas. En esta pequeña porción de Catalunya no practicamos la simonía del deporte.

Desde tiempos antiguos, cuando una comunidad se focaliza sobre un espacio con carisma, siguiendo el designio de los augures y agrimensores, establece un diálogo que contiene el sedimento de sus anhelos y pasiones.  El nuestro es un pedazo de tierra para no caminar solo, mientras reconocemos las huellas de los que vinieron antes. Suficiente para trazar el número mágico mientras hacemos vibrar el subsuelo de la Barcelona “de río a río”. Refugio de infortunios y asilo de disidentes, aquí resistimos a la manada mediática y depredadora. Es el espacio de nuestra primera piedra y de nuestro último aliento, donde ejercemos la soberanía de decidir si morimos por nuestra gente, con las botas puestas. Esto nos da una superioridad, aun en la derrota, que otros no entienden.

Acérquese lo suficiente a este espacio y notará una especial electricidad en el ambiente. Un fenómeno inexplicable que dura más de un siglo, para desgracia de los que anhelan nuestra desaparición. Casi una hectárea que es un no-lugar, una porción de suelo sagrado, donde un puñado de irreverentes han plantado su trinchera. Vayan viniendo, de uno en uno.

La épica se apellida García

La epopeya se construye al filo del drama. Los momentos más oscuros son propicios para el advenimiento de buenas nuevas revestidas de leyenda. En estas andamos de nuevo los pericos con la llegada de Luís García. El momento reclama un héroe al rescate. Todo es tan tenso que ha hecho saltar por los aires la proverbial frialdad y serenidad de la que ha hecho gala hasta la exageración la propiedad del club.

Las palabras de Martínez nos entusiasmaron más que su sistema. Fueron importantes porque mostraron una habilidad del ya ex-entrenador: conectar con la fortaleza del relato perico. “Jodidos pero contentos”, nos dijo, y le creímos. Pero el gallego marcó demasiada distancia entre los lemas y los hechos, entre su discurso y lo que explicaban los jugadores sobre el verde. Jodidos estuvimos, pero para tener contenta a la gente del Espanyol, debe verse algo más.

El fútbol deja escaso margen a la razón. En realidad, nada es racional en este mundillo, y por eso es tan adictivo. De ahí que cuando se hace una apuesta arriesgada, un rumor retumba en la Barcelona de río a río, un grito apagado entre los dientes apretados que dice algo así como  “con los nuestros hasta el final”. Un grito de trinchera para una decisión de trinchera. Los pericos queremos creer. Creer para ver.

Así las cosas, lo fiamos todo al liderazgo y carácter de Luis. Todo o nada. No necesitamos fortalecer más nuestro relato, lo que necesitamos son buenos resultados deportivos, a poder ser encadenados en el tiempo de manera que construyan de nuevo un proyecto sólido. En esta batalla el sentimiento es sólo una parte. La otra es que la pelotita entre por donde tiene que entrar. Seguro que el nuevo míster lo entiende. El 44 es el número de la puerta de Luis en nuestro estadio y, quien sabe, la cifra mágica de los puntos de una salvación holgada. Salvarse para no tener que salvarse más.

García es el apellido más común en Catalunya. No es menor el dato, si comparten conmigo la impresión de que es el Espanyol, y no el otro club todopoderoso, quien mejor representa a la Catalunya plural, mestiza, trabajadora y un poco enfadada consigo misma. Una Catalunya deseosa de volverse a mirar en el espejo y gustarse, como la afición del Espanyol. Por eso iremos el próximo sábado, con nuestras mejores galas, a llenar el templo, a romper gargantas, a empujar con el aliento. Ahora, todos somos García.

En defensa del Estado

Hoy los secuaces de Bannon arrecian en su bombardeo mediático. Van crecidos y exhiben ufanos  su pecho-pollo, henchido tras el episodio italiano. Tarantela lisérgica. Ebrios de victoria van, pescadores en río revuelto, sabedores  de que la superposición de dos crisis ha hecho presión sobre las grietas del estado del bienestar. La falta de expectativas, de un horizonte para nuestros hijos, el temor a que el ascensor social se atore, o baje unos pisos, hace que se incremente la percepción de inseguridad “inespecífica”, ese cenagoso poso donde se larva el miedo que lleva de manera natural al odio al diferente, al chivo expiatorio, al pobre de entre los pobres. Así se fragua una estrategia profunda, discreta y tenaz, auspiciada por los generadores de fakenews de la ultraderecha y los nacionalismos identitarios. El objetivo: desestabilizar el sistema para obtener el poder.

Para tal ceremonia de la confusión preside el ara el ídolo del bricolaje, del “hágalo usted mismo”: sea usted su propia policía, procúrese su propio médico, pague usted a sus hijos un prestigioso colegio, no sea que llegue el juicio final y a usted y su prole les toque en el bando perdedor. De ahí el pasmoso crecimiento de esa derechona pseudo libertaria. A ellos les da igual desballestar el estado del bienestar, les da igual el desprestigio de las instituciones (vean el espectáculo de los jueces), se revuelcan bien en el lodo argumental de las redes. Por eso entran con alegría en la subasta a la baja de los tributos, que irremediablemente merma al Estado su capacidad de garantizar el bienestar de las clases medias y trabajadoras. Les da lo mismo si se infantilizan los argumentos, si se distancia el ciudadano medio de las administraciones de las que dependen sus servicios básicos universales. La desafección no es un problema, es un objetivo. Están aquí para desmontarlo todo, y por eso parece que todo les resbala, porque es así.

El repunte de la preocupación ciudadana en relación con la seguridad es inducido y premeditado, así como la depauperización de los servicios públicos esenciales: degradar la sanidad y la educación, induciendo al común de los mortales a buscar lo que los ricos ya tienen, una opción privada. Imagínense los estándares de desprecio de las empresas suministradoras de servicios hacia sus usuarios, aplicados a los servicios públicos. No eres nadie si no eres premium. Y ya sabemos como acaba la historia: sin blanca para poder pagarte la insulina.

Mienten. Y lo hacen sin miramientos. Y sin vergüenza, porque hace tiempo que en sus laboratorios descubrieron que mentir no penalizaba. La realidad es aburrida, y exigente. La mentira es dulce y se acopla como un guante a lo que quiero oír. Desde siempre hemos coexistido con mercachifles que nos proponían el crecepelo infalible, pero en la época de la hipérbole el smartphone nos los cuela en cada comida familiar, en cada tertulia en el bar, en cada reunión del colegio…

Pero les doy una mala noticia. Mala para “ellos”, claro. Se equivocan quienes piensan que la ultraderecha campa o va a campar alegremente por Europa. Son una inmensa mayoría los gobiernos moderados en la Unión. Por lo menos 17 países cuentan con gobiernos que van desde el centro izquierda, al centro derecha. Y otrosí: los resultados siguen sumando un gran porcentaje de votantes de izquierda, en ocasiones dispersos, en otras directamente confrontados, pero muy importantes en número. Por lo tanto, guarden de momento las trompetas, que el apocalipsis todavía no llegó.

Son tiempos duros, incómodos para esa izquierda pijiprogre de los unicornios y el delirio woke, que haría bien en arremangarse. Tarde se han percatado de que todo el resto no puede ser nazi, facha y/o paleto. La izquierda que pide trinchera sólo para luchar contra el fascismo aburre, entristece y no recibe votos. Básicamente porque también miente, pero lo hace peor. Desde el buenismo o el fraccionamiento en mini-causas, pasando por su adanismo o la fascinación inexplicable por los nacionalismos periféricos, todo lo que aleje a la izquierda de las cosas del comer, de la redistribución de la riqueza, la erosiona terriblemente. El mundo no es twitter, por suerte.

El momento es grave, con un sistema democrático desprestigiado por errores propios y ajenos, en un panorama de importantes desigualdades. Un caldo de cultivo perfecto para que avancen los discursos del odio, el miedo y el resentimiento. Debemos detenerlos, pero para eso no hace falta gritar más fuerte, ni tenerla más grande (la pancarta, digo).

Vamos a contracorriente, y llegamos ligeramente tarde. Se hace necesario abordar las causas profundas sobre las que se sustentan  estos epifenómenos populistas. Y de ahí la defensa sin fisuras del Estado.

El Estado social debe ser nuestra zona de confort común. Debe contribuir a reducir los factores de vulnerabilidad a nivel individual y colectivo. No quiero buscarme la vida para estar más seguro, quiero que lo hagamos desde el sistema, con todas las garantías, para el bien común. La izquierda sin complejos levanta la bandera de la seguridad: una seguridad integral, que incorpora tanto la necesidad de mantener nuestra integridad material, física, psicológica, como la necesidad de mantener nuestra dignidad, nuestras expectativas dignas de futuro.

Frente al populismo fiscal, una fiscalidad más progresiva que beneficie a las rentas medias y bajas, en detrimento de las grandes fortunas. Un sistema impositivo cabal, progresivo y solidario. Respuestas moderadas, serenas, inclusivas y nítidas. Medidas que den respuesta a las necesidades sin polarizar, sin recorrer a posicionamientos histriónicos, sin postureos. Y sobre todo, sin ofrecer fórmulas mágicas y sencillas para problemas terriblemente complejos.

El Estado es la zona segura de los que no nos podemos permitir que la seguridad, la limpieza, la educación o la sanidad dependan de cuan llena suene nuestra bolsa. Unos buenos servicios públicos son la mejor protección de la clase media y trabajadora. Defender al estado es defendernos a nosotros, a nuestros mayores y a nuestros hijos.

Carta abierta a Raúl de Tomás. Más allá del acrónimo.

Permíteme la osadía, Raúl, de dirigirme a la persona más allá del acrónimo. Soy consciente de que es improbable que leas esto, entre la miríada de seguidores y el estridular mediático que acompaña tu oficio. Si por lo que fuera de entre todo ese runrún te topases con este texto, debo pedirte disculpas por opinar sin tener, en absoluto, toda la información pertinente. Has de saber que la pulsión que me mueve es un intento por contribuir desde esta humilde posición a que se dibuje un escenario positivo para ti y para el Espanyol. Esto es ya una declaración de intenciones: creo que el acuerdo y la reconciliación es el mejor de los marcos posibles para tus éxitos, actuales y futuros, aquí o donde te lleve tu carrera, y los del equipo.

No voy a entretenerme en recordarte lo que muchos te dirán y que tú sabes de sobras. Que formas parte de esa élite privilegiada que puede ganarse muy bien la vida haciendo lo que le gusta, además de granjear gloria, fama y estrellato. Me interesa más, si me permites, apelar al genio que llevas dentro, y que es a la vez causa y freno de tu progresión.

El genio es patológico. Bueno es irlo recordando a todos los papás y mamás que querrían que sus hijos fueran genios de las artes, el deporte o la ciencia. El genio no es fácil ni para sí, ni para quien le rodea. El genio es un destello, una mirada hacia arriba en medio de la planicie. Buenos jugadores hay muchos: pasión, esfuerzo, técnica, contactos…  todo ello puede producir más o menos en serie buenos jugadores desde laboratorios cada vez más sofisticados. Genios hay pocos, muy pocos. Y suelen quebrar las paredes de los laberintos, bien para ser leyenda, bien para acabar en el más triste de los destierros.

Toda epopeya necesita de un héroe, pero también el héroe debe identificarse y ser identificado con el conjunto de sus seguidores. El tránsito por segunda tuvo un nombre propio. Supiste picar piedra en las peores condiciones. Luego vino la extraña e irregular temporada en primera, donde seguramente se quebraron cosas que hoy afloran, aunque volviste a brillar hasta alcanzar el Zarra ex aequo con Aspas. Otro genio, por cierto, pero que ha sabido conectar con las profundidades del sentimiento celtiña. El egregor, la consciencia colectiva que se nutre de historia, valores y expectativas, requiere de personajes que lo cristalicen y lo representen, como símbolos. Capitanes, con o sin brazalete. La cuestión es si tienes lo que hay que tener para serlo.

Por mi trabajo he podido comprobar cómo las estrategias colaborativas son mucho más rentables, individual y colectivamente, que las competitivas. Es aquello de que si quieres llegar más rápido, ve sólo, y si quieres llegar más lejos, ve acompañado. En mi modesta opinión falta un gesto definitivo, que haga estallar el nudo gordiano, y que debe partir de la humildad y de la lealtad (el genio, el talento, que sería el tercer elemento, se te presupone). Humildad, suficiente para acercarse al otro con ánimo de aclarar las cosas. Lealtad a un equipo, a un compromiso más allá de un contrato. Transitar por el abismo también nos hace más grandes.

El héroe no es el príncipe, aunque a veces acontezca que una cosa lleve a la otra. El héroe no puede aislarse en su castillo. Va contra su naturaleza. Contra aquello que lo hace diferente. El héroe debe fundirse con una causa que le trasciende. No hay nada más adherente que la acción, y la acción es puro fuego. Siendo muy manida la comparación de los futbolistas y los gladiadores, creo que viene como anillo al dedo un diálogo de la película Gladiator, entre Próximo, un tratante de gladiadores y el héroe, Máximo:

Yo no era el mejor porque fuera ágil matando, era el mejor porque la gente me amaba. Gánatelos y ganarás tu libertad.

Me ganaré a la gente. Les ofreceré algo que jamás han visto.

Estamos hartos de CEOs, big data, IA y sofistas.  En estos tiempos oscuros necesitamos que nos expliquen una historia de caballeros de los de armadura brillante. Todo lo contrario a un culebrón. Son momentos críticos. Medita bien tus gestos, pero cuando los hagas, que sepas que todos estaremos mirando. Nos espera la épica del reencuentro. Vuelve, Raúl. Juntos haremos grandes cosas.

Un Espanyol de Schopenhauer

“Militia est vita hominis super terram” (Job 7:1)

Va dir l’altre dia el nostre estimat Sergi Mas, a l’estrena de l’aventura televisiva «21″ de l’Oriol Vidal a Esport3 (llarga vida al programa!), que l’entorn de l’Espanyol està impregnat d’un profund pessimisme. Però  com d’a prop estem els periquitos del mestre Schopenhauer?

Deia l’abanderat del pessimisme profund que “no hi ha cap vent favorable per qui no sap a quin port es dirigeix”.  I raó no li faltava. El nostre equip sembla en ocasions massa perdut entre Escil·la i Caribdis. Ens ha faltat determinació en moments clau. Fracassos fecunds però dolorosos ens han endurit. Ara, que sembla que la direcció vol cuinar a foc lent, un projecte consolidat que es projecti cap al futur amb més múscul, no són pocs els que s’ho miren amb ansietat. Costa de posar les llums llargues. “Poques vegades pensem en allò que tenim, però sempre en allò que ens falta”.

La filiació blanc-i-blava és també, com deia l’Arthur parlant de la filosofia, una elevada cota a la que només s’accedeix per un escarpat camí de punxegudes pedres i afilades espines. La redempció del perico és el cor i la voluntat: la força d’un sentiment, no hi ha millor lema.  

El pessimisme que exhibim amb orgull no és antagònic de la felicitat, ni gens derrotista. Nosaltres en sabem molt de la recerca infructuosa de la felicitat, i per això, quan arriba, la volem exprimir. Davant del felicisme pueril, enfront de l’imperatiu de la felicitat, nosaltres ens pixem a sobre dels tractats d’autoajuda i del mindfulness. No impedim l’entrada a l’alegria, faltaria més, però sí a l’il·lusionisme. Deixem els pamfletaris i ridículs exercicis d’optimisme buit per al nostre veí, en altra hora ric, ara enredat en la seva lisèrgica decadència, doncs sabem que “una vida feliç és impossible: el màxim a que pot aspirar l’ésser humà (perico sobretot) és a una vida heroica”.

El pessimisme realista de l’Espanyol no és una llosa que arrosseguem llastimosament, sinó una lluerna interior, una espècie d’instint ens impel·leix a l’acció. És clarividència feta de desenganys, que parteix de la precarietat per a superar els patiments. No pain, no glory, amigos!

El nostre pessimisme és candent, està permanentment a l’aguait, i ens insta a agafar les regnes enmig de la turbulència. Una voluntat sense principi ni final ens exhorta a l’acció, a no cedir, a avançar amb tot per on ens deixi la Fortuna. Tot s’hi inclou en el torrent del temps, i la nostra història està feta d’èpica. Que la felicitat no és regal, sinó conquesta. El pessimisme pot ser terapèutic, perquè és decapant i lúcid, revolucionari: més lluita, més convenciment i menys plors i queixes.

Vicente, ten fe

La gracia de la fe tiene la particularidad de no ser una cuestión que competa a voluntad de cada uno. O se tiene, o no se tiene. Sin embargo puede tenerse y perderse, o perderse y recuperarse, operando siempre con independencia de nuestros deseos.

Los pericos, de siempre, contamos con ese favor inmerecido. Pasamos mascullando media semana sobre alineaciones, sistemas y actitudes, y la otra media andamos fabulando con el cuento de la lechera: que si ganamos hoy nos ponemos a equis puntos de Europa. Quizás por ello no nos acaban de encajar los místers demasiado hieráticos, salvo aquellos que llevan la procesión por dentro, y no soportamos en absoluto a los agnósticos.

Una temporada de recién ascendido es propicia para contemporizar, ser resultadista, pragmático. Pero llegados al ecuador y vistos los mimbres del equipo y del cuerpo técnico, éste Espanyol puede y debe mirar hacia arriba. Hemos hecho los deberes. Hágase pues.

Vista la decadencia blaugrana, la pequeñez de sus andamiajes, el escaso señorío de sus desprecios, Vicente, hay que tener fe. Las condiciones son favorables. Necesitamos creer, es la condición del corazón perico. Cada partido es una promesa, aceptando el reto de ir más allá de lo establecido: somos los herederos.

Vicente, debes creer, que para eso tienes un nombre con etimología de vencedor (vincens). Puedes sentirte seguro, porque en medio de la vorágine, siempre habrá  un incondicional, llueve o truene, que es el apoyo de la afición. Más allá, se entiende, del estridular de las redes. Ella te garantiza su aliento en este propósito poderoso. Porque si algo sabemos los pericos, Vicente, es que la fe es necesaria para gozar de la esperanza.

Civismo y fútbol de barrio

Un domingo a las tres de la tarde, en unas instalaciones regulinchis cualquiera. Unas cañas y un bocata. Reencontrarnos todos con un “a ver qué pasa hoy”, entre expectante, resabido y escéptico. Entrenadores jóvenes que se desgañitan mirando de sacar lo mejor de ellos y de sus equipos. Los chavales, el porqué de todo esto, con una mochila de estudios, adolescencia, despertares, granos y primeras novias, y tres entrenos entre semana a los que asistir, por gusto pero también por compromiso. Son momentos cálidos. Veo ese tobillo izquierdo que atesora una finezza por explotar, y me emociono, porque el barrio gambetea por la banda. Es nuestro fútbol. Es pura verdad.

Tanto nos gusta que a veces olvidamos, todos, lo que quiere decir el futbol formativo. Los místers acaban siendo penitentes de comentarios cuñadistas, que como es sabido todos llevamos dentro un entrenado excelente, al que sacamos a pasear las tardes de partido para iluminar con nuestra sabiduría el mundo del balompié.

No falta tampoco la torpeza de quien no sabe que la presión a los chavales debe suministrarse con tino, con mimo y con mesura. Es minoritario, pero se hace notar. La berrea es impelida por frustraciones de otros lares, arrebatos de testosterona no bien resuelta, seguramente por falta de una canalización más vigorosa y placentera. Los críos más pendientes de las indicaciones de papá que del banquillo. Pero papá sigue gritando porque no sabe otra manera de gestionar lo que le pasa por dentro y por fuera. La sombra de Homer Simpson no es alargada, pero llega lejos, profundo.

Por supuesto todo bien regado también con improperios a los árbitros, como si estos fueran de otro planeta, como si no padecieran los horarios y las instalaciones. Como si no tuvieran bastante con sacar adelante con dignidad un partido, a veces bronco, siempre competido, sin asistentes, y con unos cuantos energúmenos empeñados en agriar la tarde al resto. Emociona escuchar al árbitro malagueño Andrés Giménez hablarles a los padres y madres sobre el “VAR de la honestidad”.  

Son muchos ya los esfuerzos de clubs e instituciones para conseguir que este espectáculo sea  un momento divertido en el que invertimos horas famílias, gestores,  directivas, entrenadores,… Estoy convencido del compromiso de los responsables con el civismo, como uno de los valores fundamentales del deporte. Hace falta que las familias sigamos también esa estela, y desterremos con firmeza determinadas actitudes, para que no se nos identifique con ellas, ni a nosotros, ni a nuestros hijos e hijas, ni a nuestros clubs, en una sinécdoque injusta y pegajosa.

El futbol de barrio es lugar de encuentro, intercultural, de cervezas y amistades, inclusivo… un espacio de socialización diferente que sirve también para romper estigmas. Para forjar talento. Para templar talantes. Para demostrar que el barrio, cuando nos sale, puede ser vehemente, pero es ante todo esfuerzo, compromiso, civismo, orgullo y respeto. Algo que se escapa del laboratorio. Cuidémoslo.