Inclinados sobre el borde

“Mientras el espíritu calla en el mundo inmóvil de sus esperanzas, todo se refleja y se ordena en la unidad de su nostalgia”. Albert Camus, El mito de Sísifo.

Los guionistas son unos cachondos. Los míos en ocasiones beben. Yo incluso creo que a hurtadillas pasan a otro tipo de consumo más psicotrópico. En realidad siempre están a la altura, aunque para mi gusto a veces parezca se les va la mano, y enreden la vida a niveles de vodevil. Por eso me resulta familiar la imagen de rebuscar entre los escombros tras un terremoto.

Los guionistas nos ponen trampas, situaciones que rompen el bucle, que se escapan del patrón que, ingenuamente, pretendíamos controlar. Es el punto de inflexión de la montaña rusa. Un momento de silencio y reposo, de densidad infinita, previo a la caída.

Cuando todo es un sucedáneo, un placebo, iniciamos una suerte de exilio, un retiro a los confines de los sentimientos, al borde mismo del universo de nuestros pensamientos. Allí los vemos caer en cascada, absortos.  Se derrumban los decorados y se produce un despertar definitivo. Nuestro mundo se muestra con una imagen turbia y extraña de colinas espesas en las que Sísifo se pierde remontando de nuevo su roca. Dice Bauman que “para que podamos conocerlas de verdad, las cosas aparentemente familiares primero deben volverse extrañas”. Entonces nos instalamos en el campamento base después de haber coronado las cimas, después de haber sondeado las simas… No se puede conquistar el cielo si no has bajado a dar una vuelta por el infierno.

Todo esto nos pasa porque a veces los sentimientos son tan grandes que segregan un universo propio. No es posible fintarlos. La melancolía deja de ser persuasiva. Y es sólo en el momento inicial de la caída, cuando se nos sube la boca del estómago, que intuimos el principio único que perfila todos los fenómenos. Ahí ganamos el aplomo para inclinarnos sobre el remolino y mantener nuestra verticalidad.

Recogemos la madeja de Ariadna, cruzamos el espejo. Vuelve el Fénix, dispuesto a aprender de nuevo a ver, a estar atento. Tanto dislate tenía que tener un sentido.

Después de muchas vueltas, empezamos a apreciar una silueta de verdad: querer requiere de actitud guerrera. Porque implica desafiar todos los asaltos, remover las paradojas, dilatar el corazón en  el  crepúsculo. Sólo así se iluminan las angosturas del laberinto. Por eso no es bueno arrepentirse, siempre que haya sido el corazón el que haya ganado la batalla a la cabeza, amando por encima de nuestras posibilidades. Que para hacer las cosas como todo el mundo ya está todo el mundo, caramba. Con pies de plomo se va tranquilo por la vida, pero es más difícil bailar.

Y así damos valor a esas pequeñas cosas que, como decía Serrat, hacen que lloremos cuando nadie los ve. Sin olvidar aquellas, no menos importantes, que nos sacan una furtiva sonrisa de medio lado en la intimidad. Hay una victoria en cada gesto.M_Rusa

La espera y la ocasión

PatinetLa gente corre tanto

porque no sabe dónde va,

el que sabe dónde va,

va despacio,

para paladear

el ir llegando.

Gloria Fuertes

A veces sabes sin mirar el reloj la hora que es. Y es la hora de esperar. Con el tiempo aprendemos que hay maravillas que sólo se acercan en patinete, sin prisa. Reconocemos entonces la espera como un lugar donde estar. Un lugar familiar, donde cortar pan y tomate y comerse las prisas con las mismas ganas con las que ayer las cabalgamos.

Esperar es como recitar. Tiene el poder de parar la vida. Hace brillar bajo la luna ocultas cerraduras. Localiza, en su aparente vacío, lugares remotos y secretos. Tiende un lienzo entre la realidad y lo esperado, donde la imaginación crea nuevos mundos, universos paralelos.

Esperar es simplemente otear el horizonte hasta que alguien nos susurra: “las condiciones son favorables”. Entonces puedes quemar los planos, ya no hay que provocar los acontecimientos. Caen por su propio peso. Quien espera como Dios manda sabe que hay cosas que en realidad ya han acontecido… sólo deben materializarse, aunque sólo lo harán a su debido tiempo.

No nos enseñan a esperar, porque bien saben que entonces seríamos nosotros los sabios. Nos pretenden pertrechar con un ego superlativo (una personalidad fuerte, dicen), que genere una buena cantidad de deseos a satisfacer con la máxima celeridad. Por si tenías un momento de paz, esperando un metro, ya se encargan de ponerte una bonita cuenta atrás, adornada con unos cuantos vídeos promocionales, no sea que pienses… o peor, que medites. Lo queremos todo y lo queremos ya. Nos volvemos indigentes, adictos, afanándonos en todas direcciones presos de la ansiedad. Nos alejamos de la luz y del sosiego. Gollum asoma detrás de nuestra sombra, ufano de “su” tesoro.

Entonces, ¿esperar es no hacer nada? En absoluto. No se trata de esperar sin modelo, ni a lo que salga. Más bien la cosa va de obedecer un mandato: estar alerta, agudizar los sentidos… Buscar el recogimiento para luego alcanzar la máxima energía expansiva. Esa tensión nos indica que la espera no es ya sólo espera, sino acecho. Se adorna el momento, se vuelve infinito. Como felinos, absortos de un sutil aleteo entre bambalinas que emite una señal imperceptible. Ha llegado la hora. Se sitúa en ese no-instante entre el “todavía no” y el “ya no”. Seduce a kairós, la ocasión. Recordemos que por algo la pintan calva por el cogote… porque si pasa de largo es imposible agarrarla por el pelo. A por ella.

Gracia

La historia más increíble puede empezar como un relato vulgar. Acechemos pues, y a su debido tiempo arranquémoslo de la tierra húmeda con nuestras propias manos. Giremos la tortilla, resolvamos el acertijo, y veremos crecer nuestra epopeya cotidiana impregnada del incienso que perfuma el ara.

Recatemos momentos al trabajo y al estrés, para alzar una mirada sobre el atardecer. Apreciar al vuelo la belleza de esos instantes captados de soslayo es una de las mayores gracias que nos pueden ser concedidas.

Cada uno sabe de sus propios límites, sí, pero eso no nos da derecho a trasponerlos a aquello que nos depara el horizonte. Ignoramos la belleza, achicamos las visiones pasándolas por el cristal ahumado de nuestros humores. Así, a fuerza de encogerlas, cometemos el peor de los pecados: rompemos en pedazos su recado.

Dedicar un tiempo cada día a no pensar en nada, arrobados en un imperceptible destello, tiene grandes propiedades terapéuticas. Eclosiona el ser, esfinge de principios. Acróstico de vida. Muleta de doble alza. Aire que desmorona todas las ansiedades.

Rebocemos pues a conciencia nuestra lente, y utilicémosla para leer la realidad en su cara más real, la maravilla constante.5ANYS_1

Cristales de tiempo

Dicen los físicos que puede existir una cosa llamada cristales de tiempo. Esta rareza matemática al parecer está a un pasito de demostrarse, lo cual según cuentan se pasaría por el forro la segunda ley de la termodinámica, además de la simetría fundamental de las leyes de la física. Desde la ignorancia, mola mucho que la ciencia penetre en esos terrenos poéticos, mágicos, casi transgresores de nuestra pobre racionalidad, como el fascinante entrelazamiento cuántico. Como decía Neruda “no sólo a los poetas interesan los enigmas. Venimos y nos vamos dentro del misterio fundamental. La ciencia y las religiones se codean en la sombra echándose a los ojos la belleza, la probabilidad, los mitos lejanos y la verdad aproximativa”.

Si has visto nacer a tus hijos sabes que hay momentos que realmente pueden cristalizarse, diga lo que diga y llegue a donde llegue la física y sus experimentos. Los podemos resguardar en una cajita para saborearlos poco a poco, en un rincón privado, bajo llaves ocultas y recónditas.  Da gusto revolcarse en ellos y saborear de tanto en tanto su misterio y su fragancia, atrapada quizá en las fibras del papel, entre los hilos de una bufanda, en la caracola que engulló un mar… Entramos en ellos desde el cielo y sobrevolamos su geometría, larva de futuro, cometa, espuma de un océano congelado.

Momentos en los que podrías oír cómo crujen los engranajes del mundo. Instantes que zarandean la virtud y el ánimo, en los que se desplazan los tabiques de nuestro laberinto. Ímpetus de batalla. Misterio poderoso.

Es el tiempo cero. Detenido como hizo el Vesubio en Pompeya y Herculano. Colapso de sistemas y punto de inflexión. Todo parece esperar en un acecho inmemorial, lleno de fecundación y sortilegio, que arrasa con los laboratorios. El nacimiento de la ocasión, el punto en el que el ciclo deviene espiral ascendente. Momentos que fecundan los mitos, que impregnan de incienso el atardecer en las basílicas. Momentos secretos, pues la revelación a veces mata a lo revelado.

Algunos hemos aprendido a sentir fascinación por aquello que se escapa del guion, mientras el mundo se empeña en reducir posibilidades. Eso nos otorga la gracia de coleccionar unos cuantos cristales de tiempo, que adornan nuestro camino como la guarida de Superman. Sabemos también que nunca se encuentra un tesoro siguiendo el mejor de los planes; los tesoros símplemente aparecen. El daguerrotipo de turno, sea con la tecnología que sea, jamás aprehenderá tanta magia.

daguerrotipo

A mi maestro

“El camino es fatal como la flecha, pero en las grietas está Dios, que acecha”. Así hablaba Borges del I Ching, el milenario libro de las mutaciones chino, poso de sabiduría tradicional en estado puro. Para algunos, la vida es lo que nos pasa escudriñando ese Dios inusitado y acechante. Por eso el maestro tiene mil caras, es una epifanía intermitente que manda mensajes en una botella. Hoy es un niño que dispara a quemarropa una mirada de incomprensión; ayer un silencio vibrante que nos recordó, como dice Pessoa, que puede haber más amor viendo pasar el río lentamente que en los besos y las caricias. Y ahí vamos, con torpeza y cazamariposas, dando tumbos y trastabillando, pero con los ojos bien abiertos, tratando de cazar al vuelo sus enseñanzas.

Con un poco de suerte tendremos la gracia de reconocerle, de corporeizarlo en grandes hombres y mujeres que se cruzan insospechadamente en nuestro camino. Ángeles, mensajeros, benditos accidentes  contra toda lógica. Compañeros de viaje, de etapa, de minutos o de toda una vida. Peregrinos… Miradas de miel o de mar profundo, portadoras de profecías, consejos, reprimendas. A veces extensas como para deleitarnos, a veces sutiles como un gesto. Calentitas como el sol en una mañana de invierno, o tremendas como la vida.

No me considero mal aprendiz, aunque creo que tengo el extraño don de sacar de quicio a mi maestro. Como padawan puedo resultar pendenciero y tozudo…  Por mucho que me esfuerce en corresponder su gracia, es difícil estar a la altura de gente tan grande, y de detalles tan pequeños. Me afano en recopilar su recado. Hasta ahí puedo leer…

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Las cosas son así… o no…

Me revientan particularmente los ataques de realismo condescendiente. Soy persona de frontera, de frontera socioeconómica y física, entre el extrarradio y las centralidades, entre la clase media y la media de la clase. Los de mi especie integramos el conflicto de una manera particular. La frontera es un territorio fértil, pero allí se generan roces y escozores, temores a lo que hay más allá, recelos del otro lado. A veces es una bisagra, a veces un campo de minas. Quizá esto me ha hecho pendenciero, o fue aquél maestro que me susurró un día que la libertad no te la dan las leyes…

Resulta patético, pues, cuando se utiliza como argumento de autoridad la maldita frase: “lo siento, las cosas son así”. Vale para casi todo, oiga. Hábilmente, con su “lo siento”, quien enuncia este mantra-refugio se sitúa fuera de la infalibilidad de lo que pasa, que supuestamente no comparte, pero que te ilustra para tu mayor protección.  Y así los brotes de conciencia deshilachados por el roce, que a duras penas aguantarían el trajín de nuevas inquietudes, se envejecen prematuramente por el betún posibilista.

Es recurrente la imagen de la sabiduría tradicional, en que el maestro se sitúa progresivamente más cerca del Centro, del eje de la rueda, de la región más inmóvil alrededor de la cual todo sucede. Es conocida la afición de la tradición china a mostrarse escéptica respecto a la eficacia atribuida a la acción. Y no hace falta esforzarse mucho para ver que no les ha ido mal del todo. Sin embargo, del Bhagavad Gita hindú aprendimos que mientras el guerrero no olvide que el enemigo es él mismo, puede combatir con energía las guerras que elija, a condición de no alterar su paz interior.

Así que podemos quedarnos secuestrados por la estética, bloqueados, náufragos en el primado de la mediocridad; o pasar de la espera al acecho, convertirnos en dispensadores clandestinos de ideas, cultivadores de verticalidad, esforzados de la vocación patológica del genio… Yo lo tengo claro. Soy amante de kairós, de la ocasión situada en el infinitesimal momento entre el aun no y el ya no. Los viajes interiores requieren también de cierta audacia, que no puede ser reemplazada por retóricas. Te pierdes la mitad de la fiesta si te dejas llevar por la avaricia roñica de la zona de confort. La cartografía de nuestra transformación se dibuja corriendo riesgos. Así alimentamos la magia.

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La ocasión la pintan calva…

 

Cuando se posa el alma

Psyché, alma en griego, significa también mariposa. Nuestra fuerza vital se identifica así con un bichito sorprendente que, además de buen rollo en general, nos aporta proezas increíbles. Las migraciones de la mariposa monarca, por ejemplo, que viaja de México a Canadá, o de la Painted Lady capaz de volar a más de 500 metros de altura o 50 km/h si los vientos son favorables. Estas campeonas aladas resulta que son capaces de migrar 14.000 km a lo largo de hasta seis abnegadas generaciones.

Así pues nuestra alma tiene como símbolo toda una superheroína de los insectos que, bajo su frágil apariencia esconde poderes y capacidades sobrecogedoras. Quizá los griegos lo intuyeron. De alguna manera todos hemos intuido que hay algo más que belleza y elegancia en este lepidóptero.

Hemos identificado dispares hormigueos en la tripa con tener “mariposas en el estómago”, y esto vale tanto para los enamoramientos repentinos, como para la antesala de un examen o una importante reunión. La teoría del caos anunciaba que «el aleteo de las alas de una mariposa puede provocar un tornado al otro lado del mundo», y nos prevenía así de que la introducción de una pequeña perturbación en un sistema, mediante un proceso de amplificación, podría generar un efecto considerablemente grande a medio y largo plazo. Toda una metáfora para los movimientos de contestación sean de la índole que sean…

Cambio social, ansiedad o arrolladora oleada de sentimientos, CupidoPsique2el aleteo de la mariposa nos muestra en todo caso que seguimos aquí, con nuestras esperanzas y miserias, participando de la maravilla, absortos con la belleza pasajera, intentando aprehender el tiempo.

Como no todo puede ser cachondeo, advertimos que la gravedad, esa otra constante de nuestras vidas, tira de nosotros hacia abajo. Intenta posar nuestra mariposa, capturarla y hasta clavarle con un alfiler en el abdomen para deleite de algún entomólogo. Es esa tendencia al gris de la que hay que liberarse día a día aleteando. Cada vez que renunciamos a la repentina pulsión de besar, cuando cerramos la puerta al cambio, cuando ignoramos la belleza de las pequeñas cosas, estamos poniendo lastre a nuestra alma. No en vano del rollete entre Psyché y Eros surge Hedoné, representación del placer sensual y el deleite.

@miralles_martin