Hay que matar a Homer: Modelos positivos de masculinidad

¿Sabéis cuántas veces he pasado por delante de una tienda de ropa para niños y me he parado por si encontraba una oferta interesante para mis peques? Exacto: ninguna. Empiezo así por dejar claro que quien escribe no sobrevuela alegremente el limbo de las buenas intenciones. No puedo ponerme estupendo, vamos.

Como en otras cuestiones, en las relaciones de género soy más partidario de la equidad que de la igualdad. “Entre todos lo haremos todo” suele ser mentira directamente, o es la antesala de un lío descomunal. Así pasa en cualquier tipo de organización, y la familiar no es ajena a tal principio. De lo que se trata es de cómo repartimos el juego, sabiendo que no siempre, ni en todos los aspectos, este reparto puede hacerse al 50%. Juegan las habilidades y disponibilidades de cada uno, los simbolismos y las ganas. El resultado final, tomado en perspectiva, es lo que debe ser armónico…. Porque de lo contrario condicionará en negativo los biorritmos y el desarrollo de los participantes en otros ámbitos de su vida. Muchas madres os pueden explicar lo que significa definirse únicamente en su rol cuidador, dificultando algo tan necesario y tan “normal” como tener aficiones que otorguen fuentes alternativas de auto-estima, de valoración y de contactos sociales, y permitan a veces utilizar y desarrollar nuevas competencias o simplemente airearse.

La distribución de cargas y tareas forman parte de ese entramado más complejo que cimenta la convivencia. Y ésta no es estática, sino fruto de una negociación constante, más o menos explícita según el caso, en la que paradójicamente algunos aspectos se van enquistando con el tiempo y dándose por hechos. Así, encontramos aberrantes desequilibrios en la distribución de las labores asociadas con la crianza de los hijos o la logística familiar.

“A mediados del siglo XX, los hombres se definían principalmente en relación con su trabajo profesional, y las mujeres, confinadas en el espacio doméstico, se definían y eran definidas por su rol doméstico, incluso cuando también ejercían una actividad profesional.”(1)

A pesar de las pequeñas evoluciones observadas, la articulación de la vida profesional y familiar evidencia una desventaja de las mujeres, confirmando la persistencia de la atribución prioritaria del trabajo reproductivo a las mujeres y del trabajo profesional a los hombres. Tales desequilibrios generan territorios ajenos y hostiles a quien decide que le son extraños. En parte voluntariamente muchos padres se quedan fuera de juego, mientras observamos mujeres con sendas responsabilidades profesionales, que portan sobre sus espaldas también el peso de la cotidianeidad.

El problema no está en los trogloditas, ni en las mujeres soberanamente machistas, que siempre estarán ahí. El problema radica en la masa de hombres aparentemente concienciados, pero que todavía no hemos reclamado nuestra identidad, a través de modelos positivos de masculinidad vinculados a aspectos como la logística familiar y la crianza de los hijos. Tardamos en reclamar la importancia de la implicación de los padres en el cuidado de los niños; la búsqueda de una mayor presencia activa durante los primeros años. Tardamos en hacer propias las reivindicaciones sobre las dificultades de conciliación de la vida familiar y la laboral tras el nacimiento de un nuevo hijo. Tardamos ya en afirmar la voluntad de dar forma a un modelo de paternidad diferente.

Porque a la que nos descuidamos estamos haciendo el Homer Simpson. Al fin y al cabo, el modelo más extendido de masculinidad en medios y redes es el de una quasi persona, inútil en la gestión de los sentimientos, superada por cualquier cuestión vinculada con la crianza, enganchada a sillón y mando, que sólo es feliz en una barbacoa dándoselas patéticamente de espalda plateada, cerveza en mano, alardeando de unos arrestos que no demuestra. Ese es el modelo de masculinidad imperante, el que nos venden día sí y día también en las comedias televisivas. Nos marca la línea a superar. Y es evidente que el trayecto sólo es posible si viene convenientemente balizado, primero, por nuestra propia voluntad de ensanchar nuestros horizontes. También por parejas, compañeras y compañeros, que permitan escaramuzas en terrenos que hasta ahora nos habían resultado extraños, sin que estos parezcan hostiles.

La geografía de estos terrenos a conquistar se compone de espacios simbólicos que están ocupados o han sido atribuidos de forma preferente a las mujeres, de manera permanente o en función de la hora del día. En nuestros barrios, los espacios destinados a los niños (parque infantil, AMPAs, entrada o salida de las escuelas…) se encuentran abrumadoramente feminizados. Algunos padres encuentran dificultades para relacionarse con grupos y redes de madres en la escuela o en el barrio, una especie de  resistencia de algunas mujeres a la presencia de hombres en sus grupos. La presencia de un hombre en según qué tiendas, en función de los productos en venta o del momento del día, solo o con sus hijos, puede resultar todavía hoy chocante. La configuración sexual de los espacios públicos, haciéndose de los espacios dedicados al cuidado de los niños espacios femeninos, como por ejemplo, la disposición de los cambiadores en baños para mujeres, permite reafirmar las normas de género. Algunos profesionales en el sector de la infancia (enfermería, profesores, pediatras) siguen considerando a la madre como persona de referencia…

En casa se sigue confundiendo a papá con Homer, poniendo en cuestión la capacidad  para cuidar correctamente a los niños y para realizar el trabajo doméstico. De ahí esa sensación de estar sometidos a pruebas donde deben demostrar no sé qué. Estas circunstancias exponen a los hombres a una falta de legitimidad y de valoración social para desajustar el modelo imperante, para construir una imagen positiva de la paternidad activa y de su implicación familiar. Y esto resulta a la vez causa y consecuencia de la persistencia de desigualdades en el ámbito de la articulación del trabajo y la familia.

Debemos pertrecharnos para conquistar territorios que nunca debieron sernos ajenos. Hay quien dirá que esa avanzadilla la debemos hacer solos, y no falta razón, pero para descifrar nuevas geografías de cambio hacen falta las claves. La llave se esconde, una vez más, bajo la almohada de la reina. Una sociedad que arrastra absurdos planteamientos de género nos ha formateado, y esa realidad no debe obviarse. Se dibuja un desafío: pensar en uno mismo (y por uno mismo) y construir una representación subjetiva de la identidad masculina positiva, vinculada fuertemente a la paternidad. Una ocasión para aprender y aprehender nuevos espacios. De lo contrario se puede dar la circunstancia de que los niños crezcan y alguno se haya perdido la fiesta.

Homer

(1) Merla, L. «No trabajo y me siento bien»: Cambios en la división sexual del trabajo y dinámicas identitarias de padres en casa en Bélgica. Cuadernos de Relaciones Laborales. 2006, 24, núm. 2 111-127

@Miralles_Martin