Ofrenda a Metis

Metis era una de las Oceánides, hija de Océano y Tetis, y fue la primera esposa de Zeus. Ni más ni menos, la madre de Atenea, la archiconocida diosa de la sabiduría estratégica, de la guerra planificada, y de las artes técnicas y artesanales. Cuesta imaginar a Metis riñendo a Atenea, zapatilla en mano, pero al fin y al cabo una madre es una madre…
Metis no es una inteligencia racional y abstracta, sino un tipo de prudencia flexible y anticipatoria que permite al individuo desenvolverse en situaciones complejas, ambiguas y cambiantes. Una mezcla de destreza y “gramática parda”.


El mismísimo Clausewitz diría “en la guerra, más que en todo lo demás, las cosas suceden de un modo distinto al que se había previsto, y toman de cerca un cariz diferente al que tenían de lejos”. ¡Clausewitz!, incapaz de concebir que la guerra se produzca sin un “plan de guerra” que se mantiene con voluntad de hierro. “Hay que dejar una parte general mucho más amplia al talento y recurrir menos a indicaciones teóricas”, remataría. Los chinos lo entendieron hace tiempo: quien sabe apoyarse en el potencial de la situación, puede vencer con facilidad. Tao significa camino. Be water, my friend. El estratega chino se guarda, efectivamente, de proyectar para imponerse al desarrollo del porvenir, ya que es ese mismo desarrollo de lo que tiene intención de sacar partido. Posición disponible a la situación, a lo que surja, infinitamente flexible, sin predeterminar nada. En lugar de un plan proyectado al futuro, con un objetivo preestablecido, y una concatenación minuciosa de pasos, se propone una evaluación minuciosa de las fuerzas en juego, identificación de los factores favorables y explotación a medida que nos encontramos con circunstancias nuevas. De esa forma comprende el resultado del combate, lo intuye predefinido incluso antes de entablarlo. Es esa sensación que te eriza la piel y te susurra “hay cosas que ya han pasado, sólo falta que se materialicen”.


Nuestro mundo avanza con determinación mecánica. Hay quien opina que el motor de la civilización es la ingeniería, tan práctica, tan cartesiana. Tenemos sus principios muy bien asimilados. De hecho estamos formateados en sus esquemas, porque aparentemente todo gira en torno a artefactos. Artefactos para comunicarnos, artefactos para trabajar, artefactos para medir, e incluso estados-artefacto para organizarnos. Casi sin darnos cuenta seguimos su pauta, aplastantemente lógica: objetivo-idea-voluntad-plan-resultados. Hacemos un plan con el que intervenir en el mundo y dar nueva forma a la realidad. Trazamos nuestro modelo de ciudad que queremos construir, el militar su plan de guerra, el economista su plan de crecimiento… He conocido incluso personas con elevadas aspiraciones espirituales que pretendían establecer el automatismo infalible de liberación total y trascendencia de la existencia condicionada. El gimnasio del alma para alcanzar el Nirvana, como el que repite series de mancuernas para mejorar su bíceps.


Pero ay, el mejor de los engranajes falla, la complejidad rizomática de las interelaciones de fuerzas nos deja absortos ante problemas con soluciones no unívocas. Lo que tan bien nos ha funcionado para hacernos amos de la naturaleza, ¿vale también para la gestión de las situaciones y de las relaciones humanas? ¿puede esta eficacia del modelo que observamos en el plano de la producción ser válida no para lo que se “fabrica” sino para lo que se “realiza”?
Nuestras ciudades son un hervidero de negociaciones y reconocimientos que se construyen sobre intrincados mecanismos de complicidad. Los consensos se superponen a conflictos resolubles y otros no tanto, sobre los que aprendemos a gestionar nuevos acuerdos que nos reinventen. El calor humano de las relaciones comunitarias, conservadas bajo las brasas enfriadas de la modernidad, de las que habíamos olvidado la agradable convivencia y sobre todo una percepción especial del tiempo, pervive, late en lo profundo.


Los que trabajamos en “lo social” tenemos la ardua tarea de dibujar horizontes, esos que a menudo nos hurtan los edificios. Tener un horizonte es vital, es un lienzo en blanco, un elevado objeto de contemplación. Las expectativas son importantes.
Crear oportunidades no es un objetivo que responda a un plan automático, y requiere de un compromiso para confiar en el proceso, en las recetas a fuego lento. El asistencialismo es mecánico, pero detrás de cada PIA hay horas, intuiciones, perseverancias… detrás de cada acto en la vía pública hay un ramillete de complicidades tejidas y reconocimientos… Para todo eso hacen falta espacios de comunicación e intercambio simbólicos, y artesanos, y orfebres.


El ingeniero, sentado sobre su trono de cuadros de mando y parrillas de datos, empoderado hasta el paroxismo bajo el encantamiento de la IA, será incapaz de valorar los extraños vericuetos de las negociaciones humanas. Le trastorna el genio, eso que trasciende la teoría. No entiende el arrobamiento, y por eso es como un niño que se revuelve enfadado cuando su juguete no es capaz de abarcar todas las variables. A base de sistematizar, reducir todo a simples datos numéricos, geometrizar todos los factores del juego… olvidó el sentido de los simbólico, todo anhelo trascendente. Sin valores estables la fatiga le llega en una sucesión frenética de decisiones tácticas, un enorme vacío de significados, individuos seriados ante el espejismo de la individualidad hecha por moldes. De Descartes al Prozac.


Por suerte para todos, la práctica traiciona siempre, aunque sea mínimamente, a la teoría. Nosotros vivimos agazapados en el resquicio, en las grietas donde habita la opción del plot twist. Tenemos la capacidad de pillarnos los dedos, mantenemos la astucia que interpreta los oráculos oblicuos, podemos leer mapas incompletos, detectar patrones imposibles. Provocamos encuentros improbables, victorias a contrapronóstico, nos insertamos en el curso de las cosas, perturbamos su “orden” y su “coherencia”. Solo así podemos generar las condiciones para imaginar formas de acción y subjetividad política, iteraciones democráticas, procesos complejos de argumentación, deliberación e intercambio público a través de los cuales se cuestionan, invocan y revocan reivindicaciones y derechos.


Demasiado a menudo nos empeñamos en meter a la gente en los cuadraditos de nuestras encuestas y formularios. “El barrio es un sortilegio” diría Neruda. En el barrio caben todos los ritmos y todos los idiomas… el mundo, en fin. Lo hacemos entre todos y con nuestras manos, trazando más con filigrana que con cuadrículas. Grandes espacios o pequeños momentos, epopeyas y vodeviles, catástrofes y maravillas. Los barrios tienen también sus héroes y heroínas. Si acertamos en generar las condiciones, juntan sus manos para hacer una mano mayor, con la que trabajar duro y conquistar una sociedad más justa y más a su medida. El derecho al futuro, el derecho a la ciudad. Sin el concurso de los orfebres de lo social, ese anhelo de desdibuja. El análisis contrafactual suele ser demoledor: ¿qué pasaría si no estuviésemos ahí, con nuestra intuición de la oportunidad, nuestra inteligencia de lo efímero?


Así que dejemos que sigan pensando que van ganando. Ellos no conocen las reglas del tiempo. Es cierto que manejan a las mil maravillas la terquedad del cronómetro, pero perdieron el sentido de los ciclos. Al final, será el ingeniero quien haga la primera ofrenda a Metis. Ella nos inspira para tener olfato, sagacidad, flexibilidad mental, maña, atención despierta. Con ella aprendimos el sentido del acecho, del disimulo, de la seducción. Nos permite la capacidad de inventar una solución sobre la marcha, de dar con el camino más corto o el atajo más efectivo, y de esquivar al adversario con picardía. Somos capaces de perpetrar abrazos inesperados que hacen estallar las paredes de los laboratorios. Nos enamoramos en cada serendipia. Existimos, porque siempre hay algo que se escapa del guion.


¿EL PUEBLO SALVA AL PUEBLO? El estado contra el estado de ánimo.

Bucles de imágenes épicas. Momentos emocionantes de gente ayudando a gente. Destellos que recuperan la fe en la humanidad, y certifican que siempre hay más gente buena que mala en el mundo. Es el lado “bueno” de las catástrofes.

Con el sentido de comunidad en coma, absorbido por el individualismo feroz, reconforta que por una vez, escoba en mano, personas comprometidas arriman el hombro sin importar la ideología del de al lado. Codo con codo. Hay algo en esas imágenes que nos evoca un lugar perdido en la memoria colectiva. Mejor dicho, un no-lugar, una imagen construida entre relatos de héroes y revoluciones. Fuenteovejuna naíf, pero Fuenteovejuna al fin y al cabo. Esa vibración que nos recuerda que somos fuertes si nos ponemos de acuerdo en algo.

La fuerza del eslogan se impone: el pueblo salva al pueblo. Palabras que vuelan como un hechizo. Resuenan en las esquinas de los barrios obreros. Se empiezan a imprimir camisetas. Nigromantes las susurran en los laboratorios, azuzan sus granjas de bots, y advierten que falta una palabra que transforme el hechizo en verdaderamente dañino. Una palabra que refuerza y cierra el círculo semántico: “SOLO el pueblo salva al pueblo”. Voilà. De repente la solidaridad se vuelve un arma contra el estado del bienestar. Su honda expansiva crece dopada por la ansiedad solidaria.

Bricolaje social: hágalo usted mismo, no lo deje en manos del estado. El estado de ánimo es propicio para comprar el mensaje. Hordas henchidas de buenas intenciones, alimentadas por las redes y los medios, que expresan su frustración cuando los responsables de la logística ejercen como tales, y les recuerdan que a veces menos es más. Decirle a la gente que no acudan en masa como voluntarios, o que no envíen cualquier cosa y de cualquier manera como ayuda humanitaria es situarte en el papel del Grinch. Ahí se recrudece el espejismo: ¿veis como estamos solos?

El medio es el masaje, advertía un sagaz Marshall McLuhan, viendo como se restructuraban los patrones de la interdependencia social, reconsiderando y reevaluando toda institución establecida. Los genios advierten con 60 años de antelación y siguen vigentes. “Sólo el pueblo salva al pueblo” podría firmarlo Maduro, Milei o Trump. Populistas y anarcocapitalistas bailan con los cryptomasters. La nave del misterio pasa a hipervelocidad, sospechas y fakes en máxima aceleración, pues sus nuevos benefactores le recompensarán ampliamente. Convenientemente licuado, el mensaje empieza a penetrar entre bienintencionadas gentes de izquierda.

Cualquiera que haya tenido alguna experiencia en la gestión de emergencias sabe que la ayuda desorganizada puede acarrear más problemas: colapso de vías de comunicación, alimentos en mal estado, material innecesario. La estructura estatal, desde los ayuntamientos al gobierno del estado, pasando por las autonomías, para operativizarse, tienen implícitos una serie de protocolos que son tan necesarios como engorrosos. Los sucesivos niveles de alarma marcan las competencias, y cada cosa tiene su paso.  Incluso obviando los errores de bulto, que los ha habido, las cosas no pasan con un chasquido mágico, ni con un golpe de puño de un mandatario sobre la mesa. Eso para las películas.

La trampa está servida. Harían falta más y mejores recursos públicos, y mejor administrados, pero el neoliberalismo te va a poner los pelos de punta diciéndote que “menos chiringuitos que no sirven para nada”. Traducido: menos estructuras del estado. Cuando haya menos, será más verdad lo de “estamos solos”. La profecía auto cumpliéndose. Y para entonces ya estaremos todos de acuerdo en que “todos los políticos son iguales”. Este cóctel entra solo, pero tiene muy mala resaca, particularmente para las clases medias trabajadoras. Menos estado es menos prestaciones, menos servicios, y más “búscate la vida”. El estado es nuestro lugar seguro, el de todos y todas.

Siempre es impopular gestionar una emergencia. Nunca vas a la velocidad exigida. Nunca cubres la expectativas de todólogos y cuñaos. Es difícil hacer entender que una vez el daño hecho, todo va exasperantemente lento. Los operativos no se pueden desplegar sin una mínima estructura de mando. Otra cosa es que aquí el error más gordo vino en la previa de la catástrofe, porque Roig manda más que la AEMET. La economía por encima de la vida. La libertad ayusera penetrando fuerte.

Son los recursos públicos bien administrados los que salvan al pueblo. Porque en esta emergencia hacen falta muchas manos, pero harán falta muchas más que sólo los recursos públicos pueden garantizar. ¿Quién arreglará las infraestructuras? ¿un fachinfluencer desde Andorra diciéndote que no pagues impuestos? ¿también pondrá los médicos necesarios? ¿desplegará a la UME o al ejército?. Este desastre tardará mucho en solucionarse. El fachinfluencer pronto dejará de interesarse. Las hordas de voluntarios encontrarán nuevas causas. Entonces sólo quedarán las estructuras del estado.

Sí, el pueblo salva al pueblo cada cuatro años, pero votando a los partidos que mejor gestionan las crisis, los que mejor administran los servicios públicos, cada cual con su criterio.

En defensa del Estado

Hoy los secuaces de Bannon arrecian en su bombardeo mediático. Van crecidos y exhiben ufanos  su pecho-pollo, henchido tras el episodio italiano. Tarantela lisérgica. Ebrios de victoria van, pescadores en río revuelto, sabedores  de que la superposición de dos crisis ha hecho presión sobre las grietas del estado del bienestar. La falta de expectativas, de un horizonte para nuestros hijos, el temor a que el ascensor social se atore, o baje unos pisos, hace que se incremente la percepción de inseguridad “inespecífica”, ese cenagoso poso donde se larva el miedo que lleva de manera natural al odio al diferente, al chivo expiatorio, al pobre de entre los pobres. Así se fragua una estrategia profunda, discreta y tenaz, auspiciada por los generadores de fakenews de la ultraderecha y los nacionalismos identitarios. El objetivo: desestabilizar el sistema para obtener el poder.

Para tal ceremonia de la confusión preside el ara el ídolo del bricolaje, del “hágalo usted mismo”: sea usted su propia policía, procúrese su propio médico, pague usted a sus hijos un prestigioso colegio, no sea que llegue el juicio final y a usted y su prole les toque en el bando perdedor. De ahí el pasmoso crecimiento de esa derechona pseudo libertaria. A ellos les da igual desballestar el estado del bienestar, les da igual el desprestigio de las instituciones (vean el espectáculo de los jueces), se revuelcan bien en el lodo argumental de las redes. Por eso entran con alegría en la subasta a la baja de los tributos, que irremediablemente merma al Estado su capacidad de garantizar el bienestar de las clases medias y trabajadoras. Les da lo mismo si se infantilizan los argumentos, si se distancia el ciudadano medio de las administraciones de las que dependen sus servicios básicos universales. La desafección no es un problema, es un objetivo. Están aquí para desmontarlo todo, y por eso parece que todo les resbala, porque es así.

El repunte de la preocupación ciudadana en relación con la seguridad es inducido y premeditado, así como la depauperización de los servicios públicos esenciales: degradar la sanidad y la educación, induciendo al común de los mortales a buscar lo que los ricos ya tienen, una opción privada. Imagínense los estándares de desprecio de las empresas suministradoras de servicios hacia sus usuarios, aplicados a los servicios públicos. No eres nadie si no eres premium. Y ya sabemos como acaba la historia: sin blanca para poder pagarte la insulina.

Mienten. Y lo hacen sin miramientos. Y sin vergüenza, porque hace tiempo que en sus laboratorios descubrieron que mentir no penalizaba. La realidad es aburrida, y exigente. La mentira es dulce y se acopla como un guante a lo que quiero oír. Desde siempre hemos coexistido con mercachifles que nos proponían el crecepelo infalible, pero en la época de la hipérbole el smartphone nos los cuela en cada comida familiar, en cada tertulia en el bar, en cada reunión del colegio…

Pero les doy una mala noticia. Mala para “ellos”, claro. Se equivocan quienes piensan que la ultraderecha campa o va a campar alegremente por Europa. Son una inmensa mayoría los gobiernos moderados en la Unión. Por lo menos 17 países cuentan con gobiernos que van desde el centro izquierda, al centro derecha. Y otrosí: los resultados siguen sumando un gran porcentaje de votantes de izquierda, en ocasiones dispersos, en otras directamente confrontados, pero muy importantes en número. Por lo tanto, guarden de momento las trompetas, que el apocalipsis todavía no llegó.

Son tiempos duros, incómodos para esa izquierda pijiprogre de los unicornios y el delirio woke, que haría bien en arremangarse. Tarde se han percatado de que todo el resto no puede ser nazi, facha y/o paleto. La izquierda que pide trinchera sólo para luchar contra el fascismo aburre, entristece y no recibe votos. Básicamente porque también miente, pero lo hace peor. Desde el buenismo o el fraccionamiento en mini-causas, pasando por su adanismo o la fascinación inexplicable por los nacionalismos periféricos, todo lo que aleje a la izquierda de las cosas del comer, de la redistribución de la riqueza, la erosiona terriblemente. El mundo no es twitter, por suerte.

El momento es grave, con un sistema democrático desprestigiado por errores propios y ajenos, en un panorama de importantes desigualdades. Un caldo de cultivo perfecto para que avancen los discursos del odio, el miedo y el resentimiento. Debemos detenerlos, pero para eso no hace falta gritar más fuerte, ni tenerla más grande (la pancarta, digo).

Vamos a contracorriente, y llegamos ligeramente tarde. Se hace necesario abordar las causas profundas sobre las que se sustentan  estos epifenómenos populistas. Y de ahí la defensa sin fisuras del Estado.

El Estado social debe ser nuestra zona de confort común. Debe contribuir a reducir los factores de vulnerabilidad a nivel individual y colectivo. No quiero buscarme la vida para estar más seguro, quiero que lo hagamos desde el sistema, con todas las garantías, para el bien común. La izquierda sin complejos levanta la bandera de la seguridad: una seguridad integral, que incorpora tanto la necesidad de mantener nuestra integridad material, física, psicológica, como la necesidad de mantener nuestra dignidad, nuestras expectativas dignas de futuro.

Frente al populismo fiscal, una fiscalidad más progresiva que beneficie a las rentas medias y bajas, en detrimento de las grandes fortunas. Un sistema impositivo cabal, progresivo y solidario. Respuestas moderadas, serenas, inclusivas y nítidas. Medidas que den respuesta a las necesidades sin polarizar, sin recorrer a posicionamientos histriónicos, sin postureos. Y sobre todo, sin ofrecer fórmulas mágicas y sencillas para problemas terriblemente complejos.

El Estado es la zona segura de los que no nos podemos permitir que la seguridad, la limpieza, la educación o la sanidad dependan de cuan llena suene nuestra bolsa. Unos buenos servicios públicos son la mejor protección de la clase media y trabajadora. Defender al estado es defendernos a nosotros, a nuestros mayores y a nuestros hijos.

Civismo y fútbol de barrio

Un domingo a las tres de la tarde, en unas instalaciones regulinchis cualquiera. Unas cañas y un bocata. Reencontrarnos todos con un “a ver qué pasa hoy”, entre expectante, resabido y escéptico. Entrenadores jóvenes que se desgañitan mirando de sacar lo mejor de ellos y de sus equipos. Los chavales, el porqué de todo esto, con una mochila de estudios, adolescencia, despertares, granos y primeras novias, y tres entrenos entre semana a los que asistir, por gusto pero también por compromiso. Son momentos cálidos. Veo ese tobillo izquierdo que atesora una finezza por explotar, y me emociono, porque el barrio gambetea por la banda. Es nuestro fútbol. Es pura verdad.

Tanto nos gusta que a veces olvidamos, todos, lo que quiere decir el futbol formativo. Los místers acaban siendo penitentes de comentarios cuñadistas, que como es sabido todos llevamos dentro un entrenado excelente, al que sacamos a pasear las tardes de partido para iluminar con nuestra sabiduría el mundo del balompié.

No falta tampoco la torpeza de quien no sabe que la presión a los chavales debe suministrarse con tino, con mimo y con mesura. Es minoritario, pero se hace notar. La berrea es impelida por frustraciones de otros lares, arrebatos de testosterona no bien resuelta, seguramente por falta de una canalización más vigorosa y placentera. Los críos más pendientes de las indicaciones de papá que del banquillo. Pero papá sigue gritando porque no sabe otra manera de gestionar lo que le pasa por dentro y por fuera. La sombra de Homer Simpson no es alargada, pero llega lejos, profundo.

Por supuesto todo bien regado también con improperios a los árbitros, como si estos fueran de otro planeta, como si no padecieran los horarios y las instalaciones. Como si no tuvieran bastante con sacar adelante con dignidad un partido, a veces bronco, siempre competido, sin asistentes, y con unos cuantos energúmenos empeñados en agriar la tarde al resto. Emociona escuchar al árbitro malagueño Andrés Giménez hablarles a los padres y madres sobre el “VAR de la honestidad”.  

Son muchos ya los esfuerzos de clubs e instituciones para conseguir que este espectáculo sea  un momento divertido en el que invertimos horas famílias, gestores,  directivas, entrenadores,… Estoy convencido del compromiso de los responsables con el civismo, como uno de los valores fundamentales del deporte. Hace falta que las familias sigamos también esa estela, y desterremos con firmeza determinadas actitudes, para que no se nos identifique con ellas, ni a nosotros, ni a nuestros hijos e hijas, ni a nuestros clubs, en una sinécdoque injusta y pegajosa.

El futbol de barrio es lugar de encuentro, intercultural, de cervezas y amistades, inclusivo… un espacio de socialización diferente que sirve también para romper estigmas. Para forjar talento. Para templar talantes. Para demostrar que el barrio, cuando nos sale, puede ser vehemente, pero es ante todo esfuerzo, compromiso, civismo, orgullo y respeto. Algo que se escapa del laboratorio. Cuidémoslo.

L’Espanyol, en positiu (2): preparats per al sorpasso?

I si fos enguany? Escric aquestes línies després de la tercera jornada de Lliga, d’un mal partit a Mallorca. Ho dic per què potser no és el millor moment per fer volar coloms, però… i si sí? Pot l’Espanyol fer el sorpasso al totpoderós Barça? Es donen algunes condicions favorables, arrel dels símptomes de depressió i del deteriorament econòmic i d’imatge que afecta l’etern rival per diversos casos esportius i extraesportius (veure el magnífic informe publicat per Reputation Republik) però la qüestió que voldria dirimir ara és si els pericos, institució i afició, acomplim alguns dels requisits per fer-ho possible. Crec que podem tenir una plantilla prou competitiva com per estar entre els 10 millors de la Lliga, però atenent a l’axioma “el futbol és un estat d’ànim”, considero que és precisament en l’àmbit de la predisposició anímica a on ens podem treure els complexes i mirar cap amunt.

Per no ser titllats de babaus, cal reconèixer d’entrada dues premisses bàsiques: 1) Es tracta d’una empresa difícil. L’any que jo vaig néixer, i d’això creieu-me que ha plogut, ens vam quedar a un puntet d’agafar-los. Vam fer tercers. I la darrera vegada que vam assolir aquesta fita a la classificació, la 86/87, encara ens van treure 6 punts… Ens hem de remuntar fins a la 41/42, en plena postguerra, per trobar la darrera vegada que els vam passar per davant (ells van quedar a la posició 12, i nosaltres vam ser vuitens). 2) Encara que no quedi molta gent viva d’ençà per recordar-ho, el fet que hagi passat vol dir exactament això: que és una opció possible. Més enllà del possibilisme condescendent, les coses “són com són”, sí, excepte en alguns moments màgics que trenquen els esquemes, els apriorismes… Beneïts els accidents que, contra tota lògica, fan moure les parets dels laberints.

Caldrà, però, tota la nostra determinació si volem escriure una història que valgui la pena ser contada. Haurem de superar la necessitat d’afirmar-nos per la negació de l’altre, cremar els complexes, invocar les paraules oblidades. Esdevenir campions per dintre, com a requisit per ser-ho cap a fora.

Tinc la impressió de que la pericada, inclosa la directiva, ens perdem la meitat de la festa sense sortir de la nostra zona de confort. Se’ns dóna molt bé queixar-nos, i demanar disculpes… La cartografia de qualsevol transformació es dibuixa assumint reptes. Hem de voler, veritablement, posar proa a un itinerari incert, cavalcar el centaure, permetre que la causa blanc-i-blava ens arrauleixi. Misteri poderós que ens xiuxiueja, a cau d’orella: “les condicions són les propícies”.

Punt d’inflexió d’infinites noves possibilitats, que destrossa els laboratoris i col·lapsa els sistemes. Moments que fecunden els mites que explicarem als nostres nets. L’èpica, que ens fa recordar que existim amb personalitat pròpia, en una lluita de 120 anys. L’èpica, que ens aporta situacions commovedores, vitals, per aquests temps foscos. Hem de sentir orgull per aquesta epopeia: una vibració al voltant de les causes perdudes, quelcom que exerceix una estranya i poderosa atracció.

Necessitarem d’aquest coratge, però també rigor i audàcia. Rigor, per portar l’exigència al límit, des dels despatxos al vestidor, passant per la grada. L’audàcia, que haurà de ser ritualitzada en forma d’ofrenes propiciatòries per agradar als oracles moderns, als deus del branding, la demoscòpia i la mercadotècnia. El sorpasso és també una qüestió de reputació.

Haurem d’estar preparats per oferir quelcom diferent. Un club plural, implicat a la vida social del país, que no entra al drap de les guerres de banderetes, que exerceixi un lideratge al futbol català alternatiu a l’estil extractiu i prepotent del nostre veí ric de Barcelona. Això implica ser capaços de bastir estratègies col·laboratives amb d’altres clubs catalans (un bon exemple és la cessió d’en Pol Lozano al Girona, bona jugada).    

Acostumats com estem a navegar entre Escil·la i Caribdis, entre tempestes i interminables dies rúfols a les temporades grises que de tant en tant ens toca viure, a l’Espanyol col·leccionem impactes de batalles. Això ens ha fet forts, però també ens ha enterbolit l’horitzó.

No tenir expectatives és dolent, però pitjor és que allò que pots albirar et generi temors del més enllà, desconfiança davant de les incerteses de l’altre costat. En la construcció erràtica i contradictòria del nostre club potser s’ha arribat a un d’aquests punts en els que els dics esclaten, en un desbordament que generarà canvis torrencials. El perico haurà d’esperonar-se, i tornar a ser el felí que li dóna nom. Només així passarà de l’espera a l’aguait, i podrà llençar-se per atrapar l’ocasió, Kairos. Per alguna cosa els antics la representaven calba pel clatell. Si passa ja mai més la podràs agafar.

Esto no va de Hasél (ni de jóvenes en paro)

Según la RAE un fantoche es una persona grotesca y desdeñable, un sujeto neciamente presumido, algo estrafalario o un “muñeco movido por medio de hilos”. Fantoche (de fantoccio, marioneta) es lo que agitan hoy unos y otros mientras Rivadulla pasea su estultícia con ínfulas de enfant terrible. Ay, Pablo, esto no va de ti, ni de tus mediocres canciones, ni de tu condena, ni de tu trastorno. Apartemos pues al narcisito nieto de franquistas y vayamos a lo importante.

¿Qué intereses confluyen, en una extraña carambola, para convertir en icono pop al mediocre cantante hijo de papá? Es cierto que la política hace extraños compañeros de cama. Como ocurre en Asesinato en el Orient Express, veamos como todos los sospechosos tienen algo que ver en este misterio:

De un lado el frente independentista ha encontrado un filón para volver a alimentar a la maltrecha coartada de Españistan, ese estado pseudodemocrático “más cerca de Turquía que de Francia”, tal y como lo ensueñan para reforzar su relato. Necesitaban de ello, porque España se parece cada vez menos a Francoland. No podían dejar pasar la ocasión.

JxCat y las CUP aprovechan para pinzar a ERC. La misión no es menor: se trata de boicotear cualquier acuerdo alternativo de izquierdas al frente nacional que ha gobernado Catalunya la última década. Retroalimentado por las debilidades argumentales de esa izquierda presa de su propio postureo, las CUP y Arran hacen el trabajo sucio. Aprietan, y ERC se resiente. Saben que un acuerdo con PSC y Comuns sería letal para el procés. Y no olvidemos que entramos en la recta final del suplicatorio de Puigdemont, Comín y Ponsatí, que podría levantar la inmunidad de los tres prófugos. Se vota en marzo.

Podemos, por su parte, ha optado por “marcar perfil propio” aún a costa de perder centralidad. Tensar la cuerda a sabiendas de que Sánchez no romperá la baraja. Flirtear con el extremo, no sea que surja en algún momento una alternativa a su izquierda. No ha reparado al parecer cómo castiga el electorado salirse de la centralidad si uno no asume un rol de extremista… y para pesar de la prensa de derechas, Podemos hace tiempo que no es extrema izquierda. Parecerlo le pasará factura.

Mientras, las derechas se frotan las patitas y de vez en cuando hacen aspavientos mientras exclaman con voz impostada que hace falta ley y orden. Rezan para que los conflictos sigan, pues han sido la cortina de humo ideal para toda la incómoda porquería maloliente alrededor del PP. Y Vox siempre con el cazo puesto. No necesita gesticular demasiado. El olor de contenedor ardiendo es un saquito de votos.

Por supuesto que entre medio hay grupúsculos radicales, y otros especímenes ávidos de saqueos, que han aderezado el escenario. Pero no son más que extras en esta escena.

Tampoco encaja la cacareada explicación sobre el elevado índice de paro, ni sobre la ausencia de expectativas juveniles. Miren, los que queman cosas son niñatos, amparados por buenos abogados y con cómodos colchones familiares como para rescatarles de sus locas aventuras. Los jóvenes que de verdad las están pasando canutas no están ahí (no cabrían), sino buscándose la vida, estudiando o trabajando en precario.

Así pues aquí tienen la peor de las noticias para el narciso: eres absolutamente irrelevante, chaval, intrascendente. Importas un bledo, Hasél, a los que supuestamente te defienden. Sólo eres el fantoche.

Les rotondes també seran sempre nostres?

Suposem que el Partit Comunista de Catalunya guanya les eleccions municipals a un petit poble. Acte seguit, l’Alcalde fa instal·lar a la rotonda d’entrada al terme municipal un gran masteler amb una enorme bandera roja, amb la seva falç i martell. Satisfet, però no del tot, ordena acte seguit engalanar tots els fanals dels principals carrers amb el mateix símbol. Segons el seu parer, no hi ha cap problema: la voluntat “del poble” ha quedat expressada en les urnes, i a més ningú no pot dir que el seu símbol és una expressió de bons ideals que ens haurien d’unir.

Aquesta ficció és potser una reducció a l’absurd, però ens permet visualitzar la barbaritat que ens trobem, dia si, dia també, a edificis institucionals, o a llocs o monuments emblemàtics arreu de la geografia catalana, allà a on governen forces independentistes. Estelades al vent de ús autoritari del poder. Qualsevol particular òbviament pot expressar les seves idees com vulgui, només faltaria, però no es pot monopolitzar amb símbols de part l’espai públic. Aquest principi raonable fa que la senyora Pepita, que és indepe, pugui penjar la seva estelada al balcó, i en Nil, que és comunista, tingui una falç i un martell, però que ni l’Ajuntament governat per comunistes pot substituir les banderes institucionals per la falç i el martell, ni l’ajuntament governat per independentistes poden omplir-ho tot del símbol de la seva lluita nacionalista.

Al crit d’“els carrers seran sempre nostres” s’ha perpetrat el marc mental de que tot s’hi val, si la causa es considera justa. El problema és que pot haver-hi més d’una causa considerada per un bon grapat de gent com a “justa” i, fins i tot, poden ser antagòniques. La solució política que ha de fer sortir Catalunya de l’espiral decadent de més de 10 anys de processisme, ha de passar també per la recuperació de la neutralitat dels espais públics. Una neutralitat conseqüent amb les múltiples diversitats que conformen el nostre país.

Estimar un país és donar valor a  les seves institucions. Valorar les institucions vol dir governar per a tothom, siguin o no siguin de la teva corda. Un dels problemes de Catalunya és que els que van de patriotes, ni coneixen bé el seu país en tota la seva pluralitat, ni legitimen les institucions amb el seu tarannà sectari. L’independentisme democràtic, que existeix però és bastant asimptomàtic, hauria de pronunciar-se obertament i reclamar com a pròpia la necessitat d’extirpar totes les expressions d’autoritarisme.

La dimensión convivencial de la seguridad en los planes de regeneración

Los planes de reconstrucción deben incorporar la salvaguarda de la convivencia como una cuestión central.

Hablar de convivencia en términos de seguridad forma parte de su teleología. Entre los fines de cualquier política de seguridad está garantizar la convivencia. Y toda política de convivencia favorece la seguridad necesaria para el progreso y la calidad de vida. La íntima relación entre los términos, hace plantearse en qué medida podemos impulsar dispositivos y medidas que garanticen tanto una cosa como la otra. La perspectiva de la seguridad integral es indispensable, aunando  tanto la necesidad de mantener nuestra integridad material, física, psicológica, como la necesidad de mantener nuestra dignidad, nuestras expectativas dignas de futuro. Tenemos por delante una batalla que es también cultural y de modelos de sociedad, y habrá que escoger hacia dónde nos decantamos.

En el paisaje que nos deja la crisis social y sanitaria de la COVID-19 en nuestras ciudades y barrios, hay múltiples evidencias de que se han elevado los niveles de inseguridad inespecífica percibida. Al poso de tristeza de la yuxtaposición de duelos múltiples, se añade la saturación y fatiga de los efectivos denominados “de primera línea”, y la demolición de la expectativas para la parte más castigada de la población. Las medidas sociales impulsadas por el Gobierno de España han mitigado, pero no frenado, el incremento de desigualdades. Hemos descubierto la vulnerabilidad de nuestra sociedad, y la incertidumbre planea con su halo de inseguridad. Sin duda un buen caldo de cultivo para la extensión de los discursos de odio.

Ya tenemos algunos alarmantes indicios de ello, en la creciente estigmatización de determinados colectivos, o en los movimientos de las denominadas “patrullas ciudadanas”.

En este contexto de gran complejidad, la convivencia y la cohesión deben de pasar a ocupar un espacio central en los planes de regeneración. Las políticas denominadas “de convivencia” deben dejar de ser las hermanas pequeñas de las políticas sociales, para ocupar un rol preponderante, o cualquier esfuerzo paliativo será en vano.  Quedarnos únicamente con las necesarias respuestas de corte asistencial es cortoplacista, y contribuye a reproducir el sistema de desigualdad. Hay que armonizar y hacer compatibles la dotación extraordinaria de los recursos para cubrir las necesidades básicas, con los proyectos transformadores que requieren necesariamente una cocción lenta.

  • Planes de convivencia. Hará falta una hoja de ruta estratégica, sustentada sobre renovados consensos. Debe incluirse de manera prioritaria en los planes locales de regeneración.
  • Diagnósticos participativos. Evaluación de impactos teniendo en cuenta datos cualitativos emanados de la suma de diversas percepciones. Estos ejercicios de conocimiento compartido ayudaran a que las medidas de regeneración se visualicen como esfuerzos compartidos, y no una carta de servicios unidireccional de la administración hacia los ciudadanos.
  • Mapas de conflictividad. Hay que sistematizar y realizar cíclicamente estudios que permitan medir la “temperatura” de los barrios. Todas las variables deben confluir en un único “índice de convivencia” que arroje información actualizada.
  • Fortalecer el trabajo preventivo en red: a partir de la intervención comunitaria. Está demostrado que los procesos comunitarios generan comunidades más organizadas, y más resilientes, capaces de hacer frente a los retos y las dificultades con un incremento de la conciencia de la responsabilidad individual y colectiva.
  • Programas específicos de prevención de la radicalización y el extremismo violento. Más allá de las propuestas policiales, y en estrecha colaboración, intentar abordar las causas subyacentes.
  • Reforzar los dispositivos de mediación, sensibilización y gestión alternativa de conflictos, en dos ámbitos fundamentales: el espacio público y los centros educativos de enseñanza secundaria.
  • Visibilización de las políticas de convivencia y civismo. Así como los coches patrulla, por su sola presencia, generan una mayor sensación de seguridad, debemos empezar a hacer visibles los dispositivos vinculados a la prevención y la gestión de conflictos: puntos móviles, sistemas visibles de prospección del espacio público,… Cuidar la comunicación en las políticas de convivencia y vincularlas con el eje “sin convivencia no hay calidad de vida” y con un relato coherente del progreso social y económico de la ciudad.

Son sólo algunas ideas, una invitación a avanzar. Porque la repetición tautológica de los mantras, discursos y sistemas de intervención actuales no servirá; necesitan una actualización, aprovechando precisamente la experiencia de largo recorrido que ya hemos inventariado, especialmente en algunos municipios urbanos.

Convivencia

 

 

Verdades incómodas: ¿por qué las patrullas ciudadanas son una mala y peligrosa idea?

Últimamente asistimos a un repunte de la preocupación ciudadana en relación con la seguridad. Un repunte, suscribo, inducido y premeditado como explicaré más adelante. Especialmente en las redes sociales, pero también en algunos medios de comunicación tradicionales, han emergido determinados perfiles, personajes, o grupos que promueven la supuesta autoorganización ciudadana, para suplir lo que se interpreta como una dejadez en las funciones de los cuerpos y seguridad del Estado, en los diferentes niveles, desde la policía nacional, los Mossos o la policía local.

El mensaje es claro: ante problemas de orden público, delitos, robos con violencia y contra el patrimonio, violencia de género, ejercicio de la prostitución, reyertas, etc, la administración no consigue la suficiente acción preventiva o punitiva y se supone que –según el imaginario de estos grupos- con la presión hacia el delincuente y hacia la administración, los problemas de seguridad se solucionarán.

Primero de todo remarcar que se trata de un ejercicio de pensamiento mágico: “solucionaremos el problema de seguridad entre unos cuantos vecinos, vigilando y haciendo ruido”. Nada más lejos de la realidad. No hay ni un solo indicio, ni un solo estudio, ni un solo indicador que demuestre que en zonas donde se han implementado “patrullas ciudadanas” mejore la percepción, ni los datos reales, sobre los delitos.

Se trata de una versión de pensamiento individualista: la era del bricolaje, del “hágalo usted mismo”. No sólo usted puede ser su propia policía: usted puede hacer mejor de policía que la policía.  Bien, veamos algunos desajustes que esto plantea:

  • Es el Estado en nuestros sistemas democráticos quien tiene el monopolio de la violencia y, por tanto, el único que puede ejercer el poder coercitivo que lleva consigo. Cualquier otra consideración nos lleva al enfrentamiento civil, unos contra otros, con sesgos subjetivos a los límites que poco a poco se irán diluyendo. El caos, vamos.
  • Las patrullas ciudadanas son una importación del paradigma yanqui. Es decir, maximización de las iniciativas de seguridad individuales (por ejemplo llevar armas), seguridad privada para quien se la pueda permitir, etc… En el contexto europeo suponen un elemento disruptivo incorporado por ideologías de esa derechona pseudo libertaria que dice “¿me va usted a decir a mí si puedo beber vino o no?”
  • Políticos mediocres y peligrosos para la convivencia no dudarán en cubrir sus carencias o escalar en sus valores demoscópicos ayudados por la confrontación del pueblo contra el pueblo, pobres contra pobres, o contra enemigos ficticios o chivos expiatorios (últimamente los MENAcumplen esa función a la perfección).

En mi modesta experiencia permítanme decirles que no creo en la generación espontánea. Detrás de ciudadanos y ciudadanas con los miedos propios de la vida urbana, de la falta de expectativas, del temor al retroceso del ascensor social; detrás de activistas bienintencionados, se larva una estrategia profunda, discreta y tenaz, auspiciada por los generadores de fakenews de la ultraderecha y los nacionalismos identitarios, los secuaces de Bannon. El objetivo: generar red y desestabilizar el sistema.

Parte fundamental de esta estrategia desestabilizadora son las páginas de “denuncia” que continuamente nos reportan los delitos que se detectan en una población determinada. La intención es evidente: generar un estado de alarma propicio para proponer después determinadas medidas. Imaginemos que un espacio fuera relatando en tiempo real todos los casos de enfermedades infecciosas de una población. ¿Mejoraría nuestra sanidad? En absoluto, pero crecería la paranoia colectiva. Ese es, justamente, el objetivo de los “Helpers” y compañía.

Dicho claramente: es un error considerar que la mayoría de la gente preocupada que forma parte de estas “patrullas ciudadanas” o las fomenta, sean fachas. Como también es un error no ver que detrás de la estrategia hay una agenda oculta de la ultraderecha. Hay que empezar a destaparla. Pero además de hablar claro, van a hacer falta otras cosas. Porque no deja de ser cierto el incremento de indicadores de inseguridad, real y percibida.

  • Más estado del bienestar. Efectivamente, el Estado social debe ser nuestra zona de confort común. Debe contribuir a reducir los factores de vulnerabilidad tanto a nivel individual como colectivo. Y tanto la convivencia como la seguridad deben fortalecerse. No quiero buscarme la vida para estar más seguro, quiero que lo hagamos desde el sistema, con todas las garantías, para el bien común.
  • Una izquierda sin complejos que levante la bandera de la seguridad: una seguridad integral, que incorpora tanto la necesidad de mantener nuestra integridad material, física, psicológica, como la necesidad de mantener nuestra dignidad, nuestras expectativas dignas de futuro.
  • Apostar por la participación de la ciudadanía, desde la perspectiva de la co-producción de políticas públicas de seguridad. Reforzar comunidades resilientes, las iniciativas mediadoras y de resolución pacífica de conflictos. Fortalecer el trabajo preventivo en red: a partir de la intervención comunitaria generar o reforzar espacios compartidos de formación, diálogo y reflexión para establecer estrategias de intervención que sean reconocidas como propias por parte de todos los protagonistas. Esto debe servir para construir un discurso común e inclusivo sobre la convivencia en los barrios, un discurso que señale los retos del territorio sin estigmatizar espacios ni colectivos.
  • Menos visión reactiva y más mirada larga. Tener visión estratégica y habilitar conexiones y complicidades entre el sector público y diversos ámbitos de la sociedad civil.
  • A nivel local reforzar los dispositivos de seguridad y convivencia de proximidad, que están en primera línea y puedan jugar un papel fundamental. Incorporar elementos disuasorios como la instalación de cámaras en los puntos calientes.
  • Lealtad y colaboración institucional. No podemos dejar solos a los Ayuntamientos, que están lidiando con escasos recursos para levantar la crisis social que está dejando la pandemia de la Covid-19. Si es necesario, promover cambios de legislación que endurezcan las penas por multi reincidencia.

Vamos a contracorriente, y llegamos ligeramente tarde, pero es necesario denunciar a quien sirven, conscientemente o no, las autodenominadas “patrullas ciudadanas”, y abordar las causas profundas sobre las que se apoyan estos fenómenos. El momento es grave, con un sistema democrático desprestigiado por errores propios y ajenos, en un panorama de importantes desigualdades. Un caldo de cultivo perfecto para que avancen los discursos del odio, el miedo y el resentimiento. Debemos detenerlos.

ojo